Hipnotizante, es tal vez el adjetivo que me viene a la mente al ver el siguiente videito:
OFFF2015 Cincinnati Titles from Territory on Vimeo.
Un 3D en su más pura esencia. Realmente bueno. No le busque mucho, simplemente siéntese y disfrútelo... por el mero amor al arte.
Sonría, es viernes :)
viernes, 27 de noviembre de 2015
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Hacking. Capítulo 6
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HACKING
Alberto Chavez
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HACKING
Alberto Chavez
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6 CAPÍTULO VI
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Los amaneceres en el lado sur de la ciudad son tan implacables como en
cualquier otro lado. El calor se hace insoportable desde temprano. La
necesidad de las fábricas de producir, le gana a la necesidad de los
humanos de sobrevivir y han ido destruyendo la capa de ozono hasta
dejarla casi completamente destruida. Es un calor excesivo, que logra
pegar las ropas al cuerpo, a menos claro que se posean las ropas con
ventilación automática, cuyos precios, para los habitantes del lado sur,
son simplemente imposibles de pagar. Así pues, estar empapado en sudor a
las ocho de la mañana es algo totalmente normal.
Leopoldo tiene abierta su tienda desde las seis de la mañana y los clientes lo esperan desde las cinco. Él tiene la tienda mejor surtida de aquel lugar y suele ser el que mejor precios ofrece, teniendo en cuenta la inflación mundial que se sufre y el "impuesto" adicional que debe agregar para suplir las exigencias de las extorsiones que son algo totalmente normal.
Las necesidades básicas que Leopoldo logra suplir son las de alimentación, con toda la serie de vegetales hidropónicos - la única forma en la que los vegetales pueden crecer en estos días - que tiene, tanto sembrados por su mano como adquiridos a vendedores furtivos que los consiguen de formas no siempre lícitas. Había leyendas que decían que en algún momento de la existencia humana, podían comerse las carnes de los animales y que no eran tóxicas para nadie… pero claro, no eran más que leyendas. Además de la alimentación, estaba el factor entretenimiento, tal vez más solicitado que el de la alimentación: Leopoldo vendía "miniexistencias", un producto extremadamente popular, sobre todo en el lado sur. Se trataba de un microprocesador que se adhería al cerebro a través de la parte blanda que conecta con el cerebelo y que, siempre que se estuviese en un lugar seguro, podía hacernos vivir existencias, vidas totalmente distintas, por cuestión de veinta y hasta cuarenta minutos, dependiendo del precio que se pagara. No eran más que leves trozos de vidas de otras personas, a veces un viaje a algún lugar, una casa mucho más grande durante veinte minutos, algunos orgasmos masculinos y femeninos… nada grande, simplemente un vida distinta, increiblemente mejor de lo que aquellas personas tenían. Amén de estas cosas, cualquier chuchería, como antojos, que realmente eran lujos, que no eran más que frituras, siempre tan socorridas, siempre tan dañinas; o bien pequeños artículos de uso diario como generadores iónicos desechables, lo único que aquella gente podía permitirse, para poder quedar limpios, ya que hacía más de veinte años que los baños con agua habían quedado prohibidos pues el agua era un bien extremadamente escaso.
En fin, Leopoldo era el proveedor de todo lo que aquella gente quería o necesitaba y él lograba salir adelante y sacar adelante aquella vida. Pero además, era poseedor de algo que nadie más en aquel lado de la ciudad poseía. Algo que podría haberlo calificado como un peligro, alguien que simplemente era un instigador. Algo que, además, era un artículo considerado en extremo valioso para los coleccionistas de antigüedades y de circulación poco probable. Era algo que simplemente servía como un artículo decorativo en las casas de los adinerados de la zona norte. Un objeto que era casi inútil en la época. Restos de un tiempo en el que era una necesidad y no un lujo. Leopoldo, tenía UN LIBRO.
Leopoldo tiene abierta su tienda desde las seis de la mañana y los clientes lo esperan desde las cinco. Él tiene la tienda mejor surtida de aquel lugar y suele ser el que mejor precios ofrece, teniendo en cuenta la inflación mundial que se sufre y el "impuesto" adicional que debe agregar para suplir las exigencias de las extorsiones que son algo totalmente normal.
Las necesidades básicas que Leopoldo logra suplir son las de alimentación, con toda la serie de vegetales hidropónicos - la única forma en la que los vegetales pueden crecer en estos días - que tiene, tanto sembrados por su mano como adquiridos a vendedores furtivos que los consiguen de formas no siempre lícitas. Había leyendas que decían que en algún momento de la existencia humana, podían comerse las carnes de los animales y que no eran tóxicas para nadie… pero claro, no eran más que leyendas. Además de la alimentación, estaba el factor entretenimiento, tal vez más solicitado que el de la alimentación: Leopoldo vendía "miniexistencias", un producto extremadamente popular, sobre todo en el lado sur. Se trataba de un microprocesador que se adhería al cerebro a través de la parte blanda que conecta con el cerebelo y que, siempre que se estuviese en un lugar seguro, podía hacernos vivir existencias, vidas totalmente distintas, por cuestión de veinta y hasta cuarenta minutos, dependiendo del precio que se pagara. No eran más que leves trozos de vidas de otras personas, a veces un viaje a algún lugar, una casa mucho más grande durante veinte minutos, algunos orgasmos masculinos y femeninos… nada grande, simplemente un vida distinta, increiblemente mejor de lo que aquellas personas tenían. Amén de estas cosas, cualquier chuchería, como antojos, que realmente eran lujos, que no eran más que frituras, siempre tan socorridas, siempre tan dañinas; o bien pequeños artículos de uso diario como generadores iónicos desechables, lo único que aquella gente podía permitirse, para poder quedar limpios, ya que hacía más de veinte años que los baños con agua habían quedado prohibidos pues el agua era un bien extremadamente escaso.
En fin, Leopoldo era el proveedor de todo lo que aquella gente quería o necesitaba y él lograba salir adelante y sacar adelante aquella vida. Pero además, era poseedor de algo que nadie más en aquel lado de la ciudad poseía. Algo que podría haberlo calificado como un peligro, alguien que simplemente era un instigador. Algo que, además, era un artículo considerado en extremo valioso para los coleccionistas de antigüedades y de circulación poco probable. Era algo que simplemente servía como un artículo decorativo en las casas de los adinerados de la zona norte. Un objeto que era casi inútil en la época. Restos de un tiempo en el que era una necesidad y no un lujo. Leopoldo, tenía UN LIBRO.
viernes, 20 de noviembre de 2015
Viernes de vídeo
Una joya, una belleza, una de esas cosas que no pueden dejar de verse, escucharse y disfrutarse. Una canción hecha mayormente con frases del señor Spock, tanto en la serie como en las películas:
Sonría, es viernes :)
Sonría, es viernes :)
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Hacking. Calpítulo 5
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HACKING
Alberto Chavez
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HACKING
Alberto Chavez
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5 CAPÍTULO V
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Tal vez el error más grande que cometí fue pretender que Iandro se
habituaría al trabajo rutinario, para luego darle la entrada en el
mundo que él pretendía. No quería que se le subiesen los humos de
primas a primeras, así que decidí que estuviese un par de años en el
departamento de desarrollo empresarial... grave error, debo decir.
Pero nunca había conocido a alguien con la inteligencia de Iandro. Le
seguía los pasos de cerca. Me daba cuenta que las tareas que se le
asignaban las cumplía rápidamente, sin problemas y con muchas
adiciones a lo que originalmente se le había solicitado. Además, sus
soluciones fueron siempre muy imaginativas. Llenas de la más pura
creatividad. Sus implementaciones se salían de los esquemas. Utilizaba
tanto paradigmas modernos como antiguos, desde la programación
estructurada, hasta la programación orientada a entornos. Demostraba
un manejo extremadamente bueno de la programación holográfica y jamás
le tuvo miedo a la creación de circuitos. Era un genio integral.
Los primeros meses fue todo muy bien. Sus números eran
impresionantes. Era el programador más prolífico del
departamento. Tanto que Routemulado, el gerente del área de proyectos,
se sentía amenazado por el chico. De hecho, en todo el tiempo en que
espié el trabajo de Iandro, no pude haber estado más feliz. Estaba
seguro de que aquel muchacho iba a llegar lejos. Incluso, en un
momento de extraña debilidad, me planteé la posibilidad de dejarle la
empresa, en el momento de mi retiro, al chico maravilla que había
encontrado.
Tenía otras tantas cosas de las que preocuparme, claro está. La
empresa atravesaba por un problema y había que optimizar los
recursos. Teníamos a más de treintamil personas empleadas, había que
deshacerse de, al menos, mil. Los obreros de las plantas de ensamblaje
eran las opciones obvias. Por eso urgía tanto que Iandro tomara las
riendas del proyecto de inteligencia artificial, robots inteligentes
que se encargasen de aquellos trabajos me urgían. El costo de
producción seguramente se vería reducido a más de la mitad una vez que
anunciásemos nuestro logro en todos los medios de comunicación y
lanzásemos los primeros producidos en serie al mercado. Nuestras
acciones se dispararían en el mercado y estaríamos salvados, de nuevo
y con un ahorro de mil sueldos.
Pero tenía que esperar, tenía que hacer que Iandro fuese fuerte y que,
además, continuara produciendo buen dinero desde la división de
desarrollo empresarial.
Los enormes expertos que habíamos contratado para el área de
inteligencia artificial me enviaban a diario sus avances, cargados de
retórica. Así que mi certeza de su fracaso no hacía más que crecer día
con día. El ejército de robots que tenía a mi servicio no hacían más
que recordarme el fracaso de poder hacer que pensaran. Eran todos
robots unitarea, que no sabían hacer otra cosa que lo que tuvieran en
sus limitadísimos progamas. Nada de lo que me rodeaba me producía
tranquilidad. Confieso que lo de la inteligencia artificial se había
convertido en una obsesión. La robótica era nuestra especialidad, e
incurrir en otro campo implicaba, primero, tener la solvencia
necesaria... No, primero la inteligencia... no, primero los mil
despidos, luego la inteligencia artificial.
Así que se despidieron mil personas de las plantas de ensamblaje y
pude respirar un poco más tranquilo. Una vez resuelto un problema, el
otro ya podía tener toda mi atención.
Decidí, entonces, ponerme al día con los "expertos" y hacerles ver que
toda su retórica no podía confundirme. Al fin y al cabo yo, antes de
ser el presidente de la compañía, había trabajado con robótica también
y había estudiado algo de los avances de la inteligencia
artificial. No quise verlos en persona, porque podría haber pasado
algo terrible, así que hicimos una conferencia holográfica que se
extendió por más de cuarenta y cinco minutos. Mismos en los que los
tres científicos sudaron a mares y no lograron aterrizar ninguna de
las ideas propuestas.
Salí de la oficina casi a las nueve treinta de la noche y decidí pasar
al café en donde había conocido a Iandro, meses atrás. Al llegar, lo
primero que me llamó la atención fue que todo el lugar se veía
bastante deslucido. Descuidado.
- USTED - me gritó el propietario - ¿Qué le ha hecho a mi muchacho?,
¿en dónde tiene a Iandro?
- Trabaja para mí ahora.
- En cuanto se fue, todo falló, todo lo que teníamos automatizado se
murió. Ahora no podemos hacerlo todo, él había logrado que todo
funcionara sin problemas. Lo necesitamos con urgencia.
- No entiendo - le dije, con sinceridad, porque aquello me sonaba a
dramatismo más que a realidad - ¿Cómo que todo se murió? No puede
ser que todas las aplicaciones dejaran de funcionar.
- Pero claro - me dijo él casi con llanto - ese muchacho tenía cierta
magia con las computadoras, era como si le entendieran. Casi me
atrevería a asegurar que no solo programaba, él hablaba con las
máquinas, por decirlo de alguna manera.
Una vez afuera, aunque me parecían palabras bastante incoherentes,
aquello de "hablar con las computadoras" me quedó rondando la cabeza:
Iandro era excesivamente inteligente, o guardaba un secreto. Yo, por
supuesto, me decanté por la segunda opción... y no me equivoqué.
sábado, 14 de noviembre de 2015
Under the Dome - Stephen King
Es gracioso y podrá sonar increíble, pero antes de llegar a la parte en la que se hace dicha analogía, pensé precisamente en la analogía de niños quemando hormigas con una lupa.
Pero me adelanto demasiado.
Stephen King es el rey indiscutible de las novelas de horror. Pero Under the Dome es en definitiva, además, un maravilloso experimento social. Es la creación de una micro sociedad, que se ve obligada a convivir con las miserias humanas individuales, sin poder escapar de ellas en ningún momento. ¿Se ha preguntado usted lo que sucedería si se viese obligado a convivir, a diario, con ese vecino que le cae tan, pero tan mal? No me refiero a verlo, me refiero a tener que convivir con él.
A eso es a lo que se enfrenta el pueblo de Chester's Mill cuando una cúpula, indestructible e invisible, cae sobre ellos.
En caso de que esté viendo la serie por televisión (excelente, por demás), déjeme contarle que es diametralmente opuesta a la trama del libro. Esto, de hecho, no me parece una mala idea, porque se puede ver la serie y leer el libro sin temor a terminar en el argumento eterno de "el libro es mejor que la película/serie". Sin embargo, algunas similitudes tiene, sobre todo hasta eso de la mitad del libro, así que, si va comenzando y no quiere echar a perder la sorpresa, piense dos veces antes de leer lo que sigue.
En fin, he aquí la sinopsis:
AVISO DE SPOILERS
viernes, 13 de noviembre de 2015
Viernes de vídeo
Una maravillosa historia, cortita de menos de 10 minutos, de cómo se puede encontrar a esa persona especial, incluso después de muerto, con la ayuda de la maravillosa música:
Goutte d'Or (full film) from Happy Flyfish on Vimeo.
Sonría, es viernes :)
Goutte d'Or (full film) from Happy Flyfish on Vimeo.
Sonría, es viernes :)
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Hacking. Capítulo 4
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HACKING
Alberto Chavez
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4 TODO CAPÍTULO IV
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El día en que comencé a trabajar en la compañía Robótica Inteligente
fue un día feliz, o al menos creo que puedo clasificarlo de esa forma,
pues finalmente iba a trabajar al cien por ciento en un proyecto que
verdaderamente me apasionaba. La inteligencia artificial y la
posibilidad de implementarla realmente, en un robot creado
precisamente para aquel propósito. Incluso tenía toda una agenda en mi
cabeza, lista para ser puesta en práctica en el momento mismo en que
me asignaran un escritorio y una computadora en la que pudiese
trabajar.
Lo único que llevaba conmigo era la promesa de Isaac que me aseguró
que bastaba con que diese mi nombre en recepción para yo poder entrar
a las instalaciones y tener un trabajo asegurado desde el primer
momento en que entrase.
Efectivamente, di mi nombre en la entrada y una amable y risueña
secretaria me hizo seguirla. No me llevaron con Isaac, cosa que me
decepcionó, pues albergaba la esperanza de poder discutir con él las
ideas que tenía. Sin embargo, de cierta forma me pareció lógico, dado
que él era el "pez más grande de la cadena alimenticia" y yo no era
más que un pequeño pececillo que recién nacía en aquel
océano. Confieso que aquella analogía me llenó de orgullo, sentí que
me estaba volviendo bueno con eso de las comparaciones poéticas.
En fin, me presentaron a un obeso gerente del departamento de
aplicaciones empresariales, que eraó un bigote rodeado de grasa por
todos lados. Aquel bigote era realmente impresionante nivel "me
asusta", pero procuré mirarlo lo menos posible. El hombre me estaba
explicando las normas de conducta que se debían observar en aquel
lugar, algo sobre la ruta en donde podía encontrar una copia
electrónica de las reglas de estilo que debía seguir para elaborar
todos los proyectos en los que iba a trabajar...
¿Proyectos?
Aquella palabra logró que volviese a concentrarme en la plática y
dejase de verle tanto el bigote. ¿Cómo que proyectos?, pensé. Creí que
la inteligencia artificial iba a ser mi proyecto de cabecera, expliqué
al bigote-gerente. La risa de aquel hombre fue tan sincera que me
asustó incluso más que el bigote.
- Muchachito - me dijo con desprecio - aquí todos tenemos un lugar y
harías bien saber y entender cuál es el tuyo.
Ni siquiera hizo falta que le preguntara. Aquella frase me bajó de la
nube (otra analogía para el orgullo personal) y decidí que esperar a
que Isaac se diese cuenta de que yo estaba ahí y por consiguiente me
diese mi ansiado puesto con los investigadores de Inteligencia
Artificial. De momento, claro está, mi lugar era ahí, con el
intimidante bigote.
Comencé a trabajar con denuedo, intentando poner todo mi empeño en el
desarrollo de aplicaciones empresariales de lo más aburridas,
destinadas en automatizar, aún más, las labores en las empresas del
lado norte de la ciudad. Pues del lado sur no existían las
empresas. Era simplemente un lugar que, dentro de toda mi vida, no
había visitado y me había aconsejado no visitar, pues correría
peligro. Claro está, la curiosidad persistía, sobre todo porque el
lado norte parecía perder terreno, poco a poco, frente al lado sur,
cuya población parecía crecer día con día, sin que les importase
realmente ser la escoria de esta sociedad.
En fin, seguí con mi trabajo, intentando sobresalir de alguna forma
para que Isaac recordase la promesa que me había hecho en algún
momento, que a mí se me antojaba cada vez más lejano, pues estar en
aquel departamento, escuchando todo el día frases hechas, lugares tan
comunes como "optimización de recursos", "la milla extra" y otra serie
de excusas pobres para la aparente explotación de una serie de
trabajadores que, al parecer, cada vez eran más requeridos en horas
fuera del trabajo, para hacer que la empresa a la que pertenecían,
lograse ser "competitiva" (otra de esas odiosas palabras) frente a un
mundo que cada vez exigía más y más producción para una cantidad de
personas cada vez más reducida, pero con un poder adquisitivo cada vez
mayor.
Como sea, mis objetivos estaban claros, y por vomitivo que resultase
aquel lugar, yo quería comenzar a trabajar cuanto antes en la
inteligencia artificial, lo ansiaba,... lo necesitaba. Incluso
sacrificaba un par de horas adicionales en aquel lugar, con tal de que
notaran mi presencia. Además de que salir a la misma hora de aquel
lugar equivalía a tener que llevar la máscara anticontaminación con la
que todos practicamente teníamos que vivir. Era como si la anacrónica
frase de que cada niño nacía con un pan bajo el brazo, había sido
sustituida por "cada niño nace con una máscara anticontaminación en la
cara". Por alguna razón, yo no había querido caer en la tentación de
comprar uno de aquellos vehículos antigravitacionales, funcionaban
siempre y cuando se movieran sobre las nuevas carreteras magnéticas,
con lo que lo de antigravitacional quedaba bastante en evidencia al
ser simplemente un par de poderosos electromagnetos que se
repelían. Como sea, evité caer en esa tentación, como decía, ya que al
final, la contaminación que decían evitar con su "antigravitación"
terminaba siendo aplastada por toda la contaminación producida durante
la fabricación de los susodichos vehículos. Además, eran vehículos que
estaban bastante fuera de mi presupuesto.
En fin. Pasaron casi ocho meses y no había rastro de Isaac y yo
comenzaba a impacientarme, además de a aburrirme como una ostra (frase
totalmente arcaica, que decía que existieron en algún momento seres
vivos que vivían dentro de una especie de caparazón casi impenetrable,
pero igualmente aislante y por ende, la mar de aburrido), mientras
miraba la incapacidad de los expertos en hacer algún avance.
Así pues, llegó el día en que me cansé, me tomé el tiempo de ser lo
suficientemente cuidados y comencé a hurgar en las bases de datos,
hasta entontrar la de usuarios y permisos. Claro, tenían un par de
medidas de seguridad, mismas que no tardé mucho en romper. Finalmente,
logré entrar utilizando un usuario y contraseña de uno de los antiguos
ingenieros contratados para trabajar en el proyecto.
Y llegó el día, por supuesto, en que encontré EL ENORME SECRETO y
decidí que lo mejor, era acabar con mi vida y con aquella empresa.
viernes, 6 de noviembre de 2015
Viernes de vídeo
Uno cortito, de una vida dentro de un mundo fractal!!
Hermoso, simplemente hermoso
Our Fractal Brains from Julius Horsthuis on Vimeo.
Sonría, es viernes :)
Hermoso, simplemente hermoso
Our Fractal Brains from Julius Horsthuis on Vimeo.
Sonría, es viernes :)
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Hacking. Capítulo 3
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HACKING
Alberto Chavez
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3 CAPÍTULO III
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Nacer en el área sur de la ciudad no es una cuestión sencilla. Se nace
con las heridas en las manos, con los pies sucios, con el hambre
atrasada. Leopoldo podía haber sido el ejemplo perfecto, más patético,
de todas estas características. Nacido por accidente, de padre
desconocido, como es costumbre en el lado sur, de una madre medio
trabajadora, medio drogadicta, logró salir del charco en el que nació
gracias a la bondad de algunas personas a su alrededor, vecinos, la
gran mayoría, que consideraban que el destino de aquel niño no tenía
por qué estar marcado por el sino que la misma madre había decidido al
parirlo sin dolor, pues estaba lo suficientemente drogada como para
recordarlo siquiera.
Los susodichos vecinos lo alimentaron malamente durante sus primeros
tres años, tiempo en que la madre, sin conseguirlo del todo, se
sobrepuso a su problema de drogadicción y darle un poco más de tiempo
a ese hijo que recordaba lejanamente haber parido. Con una progenitora
incapaz de de asumir un trabajo por demasiado tiempo, Leopoldo se vio
obligado a tomar un trabajo desde sus seis años, haciendo cualquier
cosa. Siendo que su caso era el de trabajar todo el día, la escuela
nocturna fue la única salida para la educación de Leopoldo, misma que
logró terminar con interminables esfuerzos, después de casi quince
años de desvelos y de un cansancio que solo él podría explicar.
Con veintiún años cumplidos, Leopoldo sabía que estaba condenado a
permanecer en el lado sur mientras su existencia fuese eso,
existencia. Condenado por un mero accidente de geografía y de
natalidad, Leopoldo afrontaba su destino con optimismo y un lejano
deje de rebelión. Nunca le gustó la idea de no poder salir de aquel
lugar, pero había una muralla de aproximadamente treinta metros de
altura que le aseguraba que, con todo y su espíritu revolucionario, no
había forma alguna para poder pasar de un sector a otro o, en el mejor
de los casos, unir aquellos sectores para poder trabajar juntos. El
último pensamiento siempre le causó una sonrisa involuntaria, por
tener la seguridad absoluta de la imposibilidad utópica de aquel
sueño.
A su temprana edad, era dueño de una tienda de bíberes en el barrio
más pobre y conflictivo del sector sur. Sus clientes más asiduos eran
los mismos delincuentes a los que tenía que pagar para que le
brindaran "seguridad" y pudiese operar sin problemas. Sin embargo,
lograba subsistir y darle un poquito de vida digna a aquella madre a
la que, pese a todo, seguía respetando e intentando darle algo que
ella jamás había podido darle.
Pese a todo, Leopoldo era inteligente. Mucho más que el promedio. Era
listo y además era bien educado. Todas, cualidades que no servían de
nada en su mundo, pero que aún así, tal vez por naturaleza, tal vez
por el mismo instinto de rebeldía que ostentaba de nacimiento, él era
eso y mucho más.
Sin apenas acceso a la tecnología que los habitantes del lado norte
ostentaban, él lograba hacerse con algunos aparatos de cuando en
cuando, con el único objetivo de saber la forma en la que
funcionaban. Cosa que lograba conseguir, aunque fuese de manera
superficial, que sin embargo, era mucho más que la gran mayoría de los
habitantes del lado sur de la ciudad podían decir sobre su propio
conocimiento tecnológico. Ninguno de aquellos aparatos tenía un uso
real en aquel lugar, dado que nadie conocía sobre su uso ni tenían las
posibilidades de costearse semejantes cosas.
Así, con el hedor característico de aquellas calles que hacían las
veces de calles y de letrinas para todos los borrachos, drogadictos,
vagos y personas sin hogar que deambulaban por cada rincón, así y
todo, Leopoldo lograba sobreponerse día tras día, sabiendo que tenía
que vivir, aún fuese por la mera inercia de existir, aún fuese por
demostrarle a... nadie, que él podía hacerle frente a una existencia
que no podía más que calificarse de existencia por la necesidad
inherente de los cuerpos de aquellos habitantes de seguir respirando.
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Aquel día, se había levantado a las cinco treinta, como todos los
días, había llegado a la tienda, había desalojado a los borrachos que
solían mantenerse a las puertas de su negocio, había colocado el
mostrador con los productos más solicitados al fondo, para que los
clientes que fuesen llegando y buscasen cualquiera de aquellos
productos, tuviesen que pasear la mirada por toda la tienda,
entontrando, con algo de suerte, algún otro producto que quisieran en
el camino.
Todo, absolutamente todo, apuntaba a que sería un día común y
corriente más.
Claro, común y corriente, hasta que tuvo que matar a un chico y salvar
al mundo
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