miércoles, 11 de noviembre de 2015
Hacking. Capítulo 4
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HACKING
Alberto Chavez
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4 TODO CAPÍTULO IV
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El día en que comencé a trabajar en la compañía Robótica Inteligente
fue un día feliz, o al menos creo que puedo clasificarlo de esa forma,
pues finalmente iba a trabajar al cien por ciento en un proyecto que
verdaderamente me apasionaba. La inteligencia artificial y la
posibilidad de implementarla realmente, en un robot creado
precisamente para aquel propósito. Incluso tenía toda una agenda en mi
cabeza, lista para ser puesta en práctica en el momento mismo en que
me asignaran un escritorio y una computadora en la que pudiese
trabajar.
Lo único que llevaba conmigo era la promesa de Isaac que me aseguró
que bastaba con que diese mi nombre en recepción para yo poder entrar
a las instalaciones y tener un trabajo asegurado desde el primer
momento en que entrase.
Efectivamente, di mi nombre en la entrada y una amable y risueña
secretaria me hizo seguirla. No me llevaron con Isaac, cosa que me
decepcionó, pues albergaba la esperanza de poder discutir con él las
ideas que tenía. Sin embargo, de cierta forma me pareció lógico, dado
que él era el "pez más grande de la cadena alimenticia" y yo no era
más que un pequeño pececillo que recién nacía en aquel
océano. Confieso que aquella analogía me llenó de orgullo, sentí que
me estaba volviendo bueno con eso de las comparaciones poéticas.
En fin, me presentaron a un obeso gerente del departamento de
aplicaciones empresariales, que eraó un bigote rodeado de grasa por
todos lados. Aquel bigote era realmente impresionante nivel "me
asusta", pero procuré mirarlo lo menos posible. El hombre me estaba
explicando las normas de conducta que se debían observar en aquel
lugar, algo sobre la ruta en donde podía encontrar una copia
electrónica de las reglas de estilo que debía seguir para elaborar
todos los proyectos en los que iba a trabajar...
¿Proyectos?
Aquella palabra logró que volviese a concentrarme en la plática y
dejase de verle tanto el bigote. ¿Cómo que proyectos?, pensé. Creí que
la inteligencia artificial iba a ser mi proyecto de cabecera, expliqué
al bigote-gerente. La risa de aquel hombre fue tan sincera que me
asustó incluso más que el bigote.
- Muchachito - me dijo con desprecio - aquí todos tenemos un lugar y
harías bien saber y entender cuál es el tuyo.
Ni siquiera hizo falta que le preguntara. Aquella frase me bajó de la
nube (otra analogía para el orgullo personal) y decidí que esperar a
que Isaac se diese cuenta de que yo estaba ahí y por consiguiente me
diese mi ansiado puesto con los investigadores de Inteligencia
Artificial. De momento, claro está, mi lugar era ahí, con el
intimidante bigote.
Comencé a trabajar con denuedo, intentando poner todo mi empeño en el
desarrollo de aplicaciones empresariales de lo más aburridas,
destinadas en automatizar, aún más, las labores en las empresas del
lado norte de la ciudad. Pues del lado sur no existían las
empresas. Era simplemente un lugar que, dentro de toda mi vida, no
había visitado y me había aconsejado no visitar, pues correría
peligro. Claro está, la curiosidad persistía, sobre todo porque el
lado norte parecía perder terreno, poco a poco, frente al lado sur,
cuya población parecía crecer día con día, sin que les importase
realmente ser la escoria de esta sociedad.
En fin, seguí con mi trabajo, intentando sobresalir de alguna forma
para que Isaac recordase la promesa que me había hecho en algún
momento, que a mí se me antojaba cada vez más lejano, pues estar en
aquel departamento, escuchando todo el día frases hechas, lugares tan
comunes como "optimización de recursos", "la milla extra" y otra serie
de excusas pobres para la aparente explotación de una serie de
trabajadores que, al parecer, cada vez eran más requeridos en horas
fuera del trabajo, para hacer que la empresa a la que pertenecían,
lograse ser "competitiva" (otra de esas odiosas palabras) frente a un
mundo que cada vez exigía más y más producción para una cantidad de
personas cada vez más reducida, pero con un poder adquisitivo cada vez
mayor.
Como sea, mis objetivos estaban claros, y por vomitivo que resultase
aquel lugar, yo quería comenzar a trabajar cuanto antes en la
inteligencia artificial, lo ansiaba,... lo necesitaba. Incluso
sacrificaba un par de horas adicionales en aquel lugar, con tal de que
notaran mi presencia. Además de que salir a la misma hora de aquel
lugar equivalía a tener que llevar la máscara anticontaminación con la
que todos practicamente teníamos que vivir. Era como si la anacrónica
frase de que cada niño nacía con un pan bajo el brazo, había sido
sustituida por "cada niño nace con una máscara anticontaminación en la
cara". Por alguna razón, yo no había querido caer en la tentación de
comprar uno de aquellos vehículos antigravitacionales, funcionaban
siempre y cuando se movieran sobre las nuevas carreteras magnéticas,
con lo que lo de antigravitacional quedaba bastante en evidencia al
ser simplemente un par de poderosos electromagnetos que se
repelían. Como sea, evité caer en esa tentación, como decía, ya que al
final, la contaminación que decían evitar con su "antigravitación"
terminaba siendo aplastada por toda la contaminación producida durante
la fabricación de los susodichos vehículos. Además, eran vehículos que
estaban bastante fuera de mi presupuesto.
En fin. Pasaron casi ocho meses y no había rastro de Isaac y yo
comenzaba a impacientarme, además de a aburrirme como una ostra (frase
totalmente arcaica, que decía que existieron en algún momento seres
vivos que vivían dentro de una especie de caparazón casi impenetrable,
pero igualmente aislante y por ende, la mar de aburrido), mientras
miraba la incapacidad de los expertos en hacer algún avance.
Así pues, llegó el día en que me cansé, me tomé el tiempo de ser lo
suficientemente cuidados y comencé a hurgar en las bases de datos,
hasta entontrar la de usuarios y permisos. Claro, tenían un par de
medidas de seguridad, mismas que no tardé mucho en romper. Finalmente,
logré entrar utilizando un usuario y contraseña de uno de los antiguos
ingenieros contratados para trabajar en el proyecto.
Y llegó el día, por supuesto, en que encontré EL ENORME SECRETO y
decidí que lo mejor, era acabar con mi vida y con aquella empresa.
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