miércoles, 25 de noviembre de 2015

Hacking. Capítulo 6


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HACKING

Alberto Chavez
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6 CAPÍTULO VI
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Los amaneceres en el lado sur de la ciudad son tan implacables como en cualquier otro lado. El calor se hace insoportable desde temprano. La necesidad de las fábricas de producir, le gana a la necesidad de los humanos de sobrevivir y han ido destruyendo la capa de ozono hasta dejarla casi completamente destruida. Es un calor excesivo, que logra pegar las ropas al cuerpo, a menos claro que se posean las ropas con ventilación automática, cuyos precios, para los habitantes del lado sur, son simplemente imposibles de pagar. Así pues, estar empapado en sudor a las ocho de la mañana es algo totalmente normal. 
Leopoldo tiene abierta su tienda desde las seis de la mañana y los clientes lo esperan desde las cinco. Él tiene la tienda mejor surtida de aquel lugar y suele ser el que mejor precios ofrece, teniendo en cuenta la inflación mundial que se sufre y el "impuesto" adicional que debe agregar para suplir las exigencias de las extorsiones que son algo totalmente normal.
Las necesidades básicas que Leopoldo logra suplir son las de alimentación, con toda la serie de vegetales hidropónicos - la única forma en la que los vegetales pueden crecer en estos días - que tiene, tanto sembrados por su mano como adquiridos a vendedores furtivos que los consiguen de formas no siempre lícitas. Había leyendas que decían que en algún momento de la existencia humana, podían comerse las carnes de los animales y que no eran tóxicas para nadie… pero claro, no eran más que leyendas. Además de la alimentación, estaba el factor entretenimiento, tal vez más solicitado que el de la alimentación: Leopoldo vendía "miniexistencias", un producto extremadamente popular, sobre todo en el lado sur. Se trataba de un microprocesador que se adhería al cerebro a través de la parte blanda que conecta con el cerebelo y que, siempre que se estuviese en un lugar seguro, podía hacernos vivir existencias, vidas totalmente distintas, por cuestión de veinta y hasta cuarenta minutos, dependiendo del precio que se pagara. No eran más que leves trozos de vidas de otras personas, a veces un viaje a algún lugar, una casa mucho más grande durante veinte minutos, algunos orgasmos masculinos y femeninos… nada grande, simplemente un vida distinta, increiblemente mejor de lo que aquellas personas tenían. Amén de estas cosas, cualquier chuchería, como antojos, que realmente eran lujos, que no eran más que frituras, siempre tan socorridas, siempre tan dañinas; o bien pequeños artículos de uso diario como generadores iónicos desechables, lo único que aquella gente podía permitirse, para poder quedar limpios, ya que hacía más de veinte años que los baños con agua habían quedado prohibidos pues el agua era un bien extremadamente escaso.
En fin, Leopoldo era el proveedor de todo lo que aquella gente quería o necesitaba y él lograba salir adelante y sacar adelante aquella vida. Pero además, era poseedor de algo que nadie más en aquel lado de la ciudad poseía. Algo que podría haberlo calificado como un peligro, alguien que simplemente era un instigador. Algo que, además, era un artículo considerado en extremo valioso para los coleccionistas de antigüedades y de circulación poco probable. Era algo que simplemente servía como un artículo decorativo en las casas de los adinerados de la zona norte. Un objeto que era casi inútil en la época. Restos de un tiempo en el que era una necesidad y no un lujo. Leopoldo, tenía UN LIBRO.

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