viernes, 31 de octubre de 2014

Viernes de vídeo

Digamos que es una colección de varios temas conocidos, condensados y que parecen un tema nuevo:

E N V O Y from David Weinstein on Vimeo.

Sonría, es viernes :)

miércoles, 29 de octubre de 2014

Mi Mondrian y tu Picasso - Cuento


Adolfo Aliosha, ese es mi nombre. El que me puso mi padre, un admirador confeso del libro Mein Kampf y de Los Hermanos Karamazov, autor y personaje que componen mi maravilloso nombre. Esto no es una cuestión baladí, por supuesto que no. Esto es algo que me ha definido a lo largo de mi vida. Empecemos por el nombre de Adolfo, que hoy en día y desde mis tiempos, casi nadie lleva encima. Pero ese es el de menos, que tal el de ¡Aliosha! En la novela de Dostoievski era un diminutivo, pero el mío no es el caso, no señor, me llamo ALIOSHA.

¿Que si la he visto difícil? Imagínelo usted con todo el poder de su imaginación y le aseguro que se habrá de quedar corto. Sin embargo y en favor de mi padre... y de mi madre que fue la que no puso reparos al asunto, esas batallas infantiles me resultan hoy, claro, con el tamiz de los años, una verdadera delicia, sobre todo en estos tiempos en que las cosas van rápido y nadie tiene tiempo para fijarse en mis nombres, en la segunda guerra mundial, en un par de hermanos con un mal padre o en cualquier otro vestigio de conocimiento general que pueda asomarse.

Por lo demás, fue la mía una infancia feliz, llena, honor a quien honor merece, de muchas artes y buena literatura, al menos de la que se puede conseguir por estos rumbos, que tampoco es que La Princesa de Cléveris se encuentre en cada esquina... que hasta librerías es difícil encontrar.

Mi adolescencia, como la gran mayoría, se vio marcada por la rebeldía y por el desencuentro con aquellos que decidieron que viniese al mundo, pero fue pasando poco a poco y la reconciliación llegó de la mano con mi edad adulta, no sin antes haber pasado por una serie de tareas que iban desde Saint Exupéry hasta Don Lito de El Salvador, las ecuaciones de segundo grado con una incógnita; mis primeros encuentros con el baloncesto que a estas alturas, con todo y la vejez de las articulaciones, sigue siendo mi deporte favorito. Claro, mis primeras aventuras con el onírico sentimiento del amor adolescente, con sus característicos y beckerianos ex abruptos. Mi primer encuentro con Sabina y mi primer amor literario con Antonio Muñoz Molina y su Jinete Polaco.

Mi entrada en la adultez, forzada como la gran mayoría de los adultos incipientes en el país, fue a través de un trabajo que representó mis primeros ingresos, mis primeros encuentros con la tensión laboral y mi primera decepción, al no poder seguir los pasos del personaje de J. M. Barry. Mi desencanto con la tan ansiada adultez, que ha llegado hasta estos días, se fue cubriendo poco a poco con un aire de responsabilidad, tanto que llegué a creer que el hombre de negocios de la región de los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330, no estaba precisamente en un error.

Conocí a Dalí un poco tarde, pues aún no me alcanza la vida para admirarlo. Pero, no crea que voy siguiendo los pasos de Malintzin, que la Familia de Papel me resulta de los cuadros mejor elaborados y más enternecedores que he visto. Me gustó la plástica tanto como la música y admiré con locura cada trabajo de Buonarotti, como amé la música de Zeppelin, como me admiré con cada Goya y sus desvaríos, como me emocionaron las notas de Haggard.

Había tenido, como sea, muchos años de bonanza económica y gozaba de placeres hedonistas de muchas clases.

Toda la parafernalia contada hasta hoy no es simplemente ese deseo de presumir. No. No soy tan banal ni tan presumido. Fue cuando cumplí los 38 que la conocí. Ella apenas tenía 23 y era una niña maravillosa que saltaba por todos lados y sonreía con despreocupación, obsequiando felicidad a cada paso. No exagero, ella era así, vital, imposible, onírica. ¿Su nombre?, su nombre no importa, no realmente, como no importan los pormenores insignificantes como su altura o la cantidad de dinero que pudo o no haber tenido.

No nos presentaron nunca, ella se acercó a mí y me dijo “hola, ¿te gusta Mafalda?” Claro, no acostumbrado a presentaciones tan poco ortodoxas, no acerté más que a sonreír. “¿Qué?”, me dijo “¿no te gusta?” Le estiré la mano y le dije “Al que no le guste Quino, no sabe nada de la vida” Ella no hizo nada más que sonreír, pero no hizo falta nada más. Aquella luz que me envolvió de repente era casi como el amor contemplativo desde la ciudad de plata. Yo era Uriel y ella la luz eterna. Hablamos de todos los libros de Mafalda publicado, de otros tantos libros de Quino, de Fontanarrosa, de Crumb... muy pronto nos dimos cuenta que el mundo se había desvanecido a la luz de las tiras cómicas y que, en aquella fiesta a la que había ido como un compromiso social, se había convertido en la velada más deliciosa que había tenido en mi vida. Nos fuimos de la fiesta como a eso de la una de la madrugada y acabamos en una estación de gas, hablando, riendo y yo, sin duda alguna, enamorándome como un imbécil, como nunca, jamás, creí que iba a hacerlo.

Quedamos... a ver, en realidad le supliqué, que nos viésemos más tarde ese mismo día. No podía quedarme con aquel deseo apremiante de seguir y seguir y seguir. Sorprendido, escuché que me decía que sí, que estaría encantada y que nos veríamos en una cafetería, pero por la tarde, que con todo el cansancio que tenía, seguro iba a dormir hasta el medio día.

Los días se iban corriendo cuando estaba con ella. Entrábamos en una dimensión propia, en donde el tiempo parecía, al mismo tiempo, estar detenido y viajar mucho más rápido que cualquier otra cosa. Conocí de su su afortunada cinefilia, su megalomanía y su gusto por el arte abstracto y surrealista (menuda combinación) Era alérgica a las iglesias y detestaba el tener que estar atada a un horario y a un lugar para aparentar ser una persona respetable que se puede ganar la vida de la manera más decente. Era cautelosa con las cuestiones sentimentales, porque no creía que el amor absoluto o la entrega incondicional fuesen una buena idea, sobre todo en un tiempo en que lo shakespeariano era ridículo, pero lo bergerackiano era falso.

Yo contaba las horas para salir de la compañía y poder verla, buscaba cualquier excusa para salir más temprano o para escaparme y verla una hora o incluso treinta minutos en mis horas laborales (frase que, por cierto, le causaba una cierta risa forzada pero altisonante)

Un buen día, la sorprendí con un regalo: había pedido a través de Internet la colección completa de Ths Sandman de Neil Gaiman y se la llevé a nuestra ya obligatoria cita de todos los días, cuando lo abrió gritó tan alegremente que me llenó de su felicidad, pero además se tiro a mis brazos y me besó. Un beso largo, aunque espontáneo, un beso del que se separó después de algunos segundos deliciosos y que quise prolongar tanto como la eternidad me lo permitiese. “Perdón...” dijo casi avergonzada, como nunca la había visto, pero luego se recompuso, me volvió a poner su mejor cara de la Wendy barryana y me dijo “gracias” con aquella sonrisa que me derretía las retinas. “Gracias a vos” le dije con una sonrisa involuntaria.

Comenzamos una relación implícita ese día. Jamás me declaré, lo que hizo que aquello se me convirtiera en una adicción todavía más cruel, más necesaria, más... como el polvo de los sueños de Oneiros. La besaba cada vez más y ella correspondía y luego continuábamos nuestras pláticas, lo cual me volvía cada día más, un esclavo de su humedad y de sus palabras.

Pero ella no parecía darse cuenta de mi debilidad, de mi cada vez más traumático vuelco de razón hacia ella. Ella simplemente me besaba, conversaba y seguía como si nada. Yo, claro está, quería más: quería vida, quería alma, quería tiempo y locura, todo en un solo paquete un solo hatillo de segura sin razón, envuelto en un papel de celofán con mi nombre en él... y ella no me lo entregaba, no me retornaba la locura, no me daba la necesidad de mí que yo necesitaba.

Los besos, las caricias, sus labios abiertos me perseguían, mucho más que si alguna vez nos hubiésemos acostado. Era doloroso y yo quería más de ella. Una señal, un pequeño guiño del compromiso de estar locos los dos, complementados, juntos y muy revueltos.

Finalmente, un buen día, después de querer sacarle con insinuaciones un poquito de confesión, le pregunté sin más miramientos “¿estás jugando conmigo?”, a lo que ella me contestó con un sonriente “claro, ¿por qué?”

Aquella respuesta, totalmente inesperada, me dejó sorprendido por un par segundos, ante la mirada inquisidora de ella. “¿pero... por qué?” Y me sentí un estúpido por haber preguntado de una manera tan burda. “Porque necesito jugar y divertirme, de lo contrario me moriría. ¿O es que vos querés que lo nuestro sea serio?” No supe muy bien qué responder o qué pensar y no pude hacer más que quedarme callado. “Sos demasiado Mondrian y yo soy demasiado Picasso” me espetó con cierta mueca de hastío y se fue.

Al día siguiente no nos vimos, ni tampoco al siguiente, ni al siguiente. Los días se iban como si el maldito Cronos se regodeara en mi desesperación e hiciera más lento su elemento. Pasaron nueve días antes de que ella me llamara y me dijera que nos viésemos. Para ese momento mi vida era ya un caos y el trabajo se me antojaba ya de una banalidad excesiva. Yo la quería a ella, a sus labios, a sus verbos inventados, a sus libros preferidos... a ella, a ella.

Nos vimos en una cafetería, como siempre y logramos entablar una conversación interesante, pero ella se sentó frente a mí y no a mi lado como hacíamos siempre, así que intuí que los besos, esa ambrosía tan necesaria para mi inmortalidad de memoria, estaba fuera de discusión. Sin embargo, verla, escucharla, conversar... eso era ya mi bálsamo de Fierabrás.

Pero ella evitaba mi mirada, ella quería decir algo que no se animaba a decir. Finalmente, cuando el sol comenzaba a palidecer, pareció tomar el valor que la luz que había quitado y me dijo sin más: “hubiera pasado mucho tiempo a tu lado... tal vez un par de vidas...” Aquella pausa, aquel pero dejado en el aire, implícito, invisible pero taladrante me hizo saber que la continuación de la frase no le correspondía a ella, sino a mí. “Pero no estás para crecer y hacerte adulta conmigo” Las lágrimas rodaron por sus mejillas y bajó la mirada. “Mi Mondrian y tu Picasso...” dije con un susurro “...se divirtieron por un tiempo, pero los caminos, como los de las pinturas, se tornaron muy distintos” Ella lloraba en silencio, mirando siempre la mesa “Las líneas están ahí” me dijo ella “pero no hay que pedirlas, a veces no hay siquiera que pintarlas” Y se levantó con brusquedad. Yo no dije nada, la vi partir sin volver la mirada y mis lágrimas se negaron a despedirla.

Los años han pasado, no la he visto más. Yo me casé, logré la estabilidad, la solidez y la armonía de mi tan anhelado Mondrian... pero todos los días, por unos minutos, me veo al espejo y gozo un poco recordando cada línea de Las señoritas de Avignon.

FIN

martes, 21 de octubre de 2014

La sonrisa de la Gioconda - Luis Racionero


La sonrisa de la Gioconda – Luis Racionero



“Caro Francesco:
Las promesas engañan, el tiempo decepciona, la muerte burlas los cuidado, las ansiedades de la vida son nada.”

Ese es el cruel y maravilloso comienzo de este libro de Luis Racionero, quien nos regala en 300 páginas una rápida biografía del genio italiano nacido en Vinci y que vive, como todo inmortal, en la memoria colectiva del mundo.

Tierno, triste pese a saber el final del personaje, maravilloso por todos los datos y las ficciones sobre el gran genio.

Desde su lejana infancia, su traslado a casa de su padre en donde es tratado como bastardo, condición socio-familiar en la que nace, sus inicios con el gran Verrochio, sus peleas con Miguel Ángel sus amoríos tanto con hombres como con algunas mujeres, sus inspiraciones, sus decepciones, sus viajes...

Leonardo da Vinci siempre ha estado envuelto en un aura de misterio, comenzando, por supuesto, por el cuadro que le da el nombre a este libro, del que se han dicho tantas cosas y se han expuesto tantas teorías, incluída la que se baraja en esta novela, que la Mona Lisa no es más que la madre de Leonardo, a quien siempre quiso y atesoró como uno de sus seres más queridos.

Su tortuosa relación de amor-odio con Salaì, su último amor con Francesco Melci, el paso por todos sus mecenas, todas las obras que acabó y las tantísimas otras que no dejó más que a medias.

Es una novela que intenta ser biográfica y que pretende llenar con ficciones los vacíos que han quedado en la vida del grande, del inventor, pintor, médico, filósofo, matemático... y siga usted contando, Leonardo.

Mi más sincera recomendación es que lo lea, pues termina uno encariñándose, además de admirando al maestro da Vinci.

Y claro, cómo no finalizar con el mismísimo final del libro: “Como en día bien empleado da gusto morir, tras una vida colmada da gusto morir”

LEA, EL CONOCIMIENTO ES PODER!!

sábado, 18 de octubre de 2014

Volver. Cuento


Estaba solo, como había estado desde que ella se había marchado. Pero la suya era una soledad volcánica: ardiente, sofocante, claustrofóbica y angustiante hasta la locura.

Ella no estaba, ella no estaba, ella no, ella, no.

Sabía que estaba haciendo algo, un fósforo en la mano, una ollita, un lejano olor a café, el calor del fuego. Las viejas rutinas, vistas solamente a través del cristal roto del abandono. Él era el culpable, lo sabía y no tenía reparos en aceptarse como tal, repeticiones burdas, llenas de lugares comunes “me lo merezco”, “fui un idiota”, “solo así se aprende”, “o grandes felicidades o grandes lecciones”... espejos rotos en los que resulta cruel mirarse. Las palabras se le antojaban resbalosas, escurridizas, falsas. El mejor amigo del hombre, el silencio.

Encontrarse con ella en los rincones inexplorados. La esquina de la cocina a la que nunca llegó la escoba por estar entre el refrigerador y el mueble que servía de tabla para cortar la carne; el olor de las hojas de albahaca recién cortada, el color del techo con las goteras que jamás reparó.

Eso de mirar al techo le pareció excesivo y muy cliché, así que decidió vencer la depresión en nombre del decoro y salió a la calle intentando recordar la sensación del sol en la cara. Ardillas jugueteando en los alambres de electricidad, un par de pájaros en pleno cortejo, automóviles entrando y saliendo de casas repetidas con problemas iguales, similares o totalmente distintos, pero vividos de forma diferente, aunque paradójicamente, igual de brutal.

Los cienpiés se habían apoderado de gran parte de un tronco y ver cómo algunos se encimaban a otros lo asqueó, pero siguió viendo, casi hipnotizado.

Ruidos mecánicos resonando, rodeándolo. Una motocicleta, una motosierra, dos automóviles, una mujer en la cochera corriendo en un aparato monstruoso. Cuanta fealdad, cuanta banalidad, cuanta vacuidad pretéritamente inadvertida.

El arrastrar de sus propios zapatos lo sorprendió. ¿Había arrastrado los pies desde un inicio, había comenzado recién a arrastrarlos o los había arrastrado desde siempre? El despertar.

Ver a los niños jugando en la calle le trajo memorias perdidas de las veces en las que él mismo se dedicaba tardes enteras a perseguir una pelota o a destrozar pantalones por caerse tanto de la bicicleta. Tantos recuerdos herrumbrosos, tanto pasado precioso gracias al tamiz del tiempo. Pájaros de oropel trepando por su espalda, diciéndole una y otra vez que todo es una mentira y que no hay nada más lógico que creerlo.

Y de cuando en cuando, sus ojos. No aquellos ojos cafés llenos de poesía, no aquellos ojos llenos de deseo que lo desvestían sin tocarlo durante tanto tiempo. No. Ojos acusadores, llenos de reclamo, de decepción, ¡ay!, decepción. No cabía duda alguna, aquellos ojos lo estaban devorando desde adentro, desde el mismo centro de su memoria y no había más que rendirse, aceptar aquella derrota estúpida y salobre, mientras la calle seguía y seguía, larga, gris inacabable. Ni modo, la vida sigue y el suicidio era una alternativa demasiado común, tan sencilla que se negaba a aceptarla, un axioma de imbecilidad y vodeviles repetidos.

Techos altos, enredaderas tragándose las paredes felizmente y él contemplando el cielo nublado, sabiendo que la tormenta se acercaba, incapaz de comprender que aquello implicaba mojarse, empaparse hasta los huesos y un seguro resfriado lleno de incomodidades.

Miraba cada detalle, pero no se detenía en la observación de nada. Todo eran anuncios publicitarios de una vida que ya no lo era. Nada valía la pena como para prestarle atención.

Y entonces la vio, ahí, sin la cara de angustia con que la había imaginado. Sola pero decidida, subiendo a un autobús. Dueña de su tiempo, de su vida, de su entorno y de su pasado. El pasado de él. No había lágrimas, no había caras tristes, solo había determinación, una determinación de que él nunca había sido capaz y de la que ella siempre fue propietaria absoluta y vitalicia. No lo vio, menos mal. Salvarse de la vergüenza de explicar una facha que, si ella la hubiese tenido, hubiese sido un acto de complicidad. Pero no la tenía.

Y fue en ese momento cuando se dio cuenta de lo que aquel cielo gris significaba y se planteó la pregunta “¿Debería volver?” Un trueno lejano le hizo caer más en la vomitiva realidad en la que estaba y se volvió a preguntar, ahora con más decisión “¿Debería volver?” Una gota, en su párpado izquierdo, pequeña, helada, solitaria, aunque no por mucho. A lo lejos, el sonido inconfundible de la tormenta que venía sin miramientos, cruel, inhumana. Así fue como llegó a su decisión definitiva, sin miramientos, cruel... humana. La pregunta regresó, pero no se la hizo, estaba ahí, pendiente de los hilos de su voluntad sin animarse al asomo. “Volver”, se dijo, “¿para qué?” y siguió bajo la tormenta, sin lágrimas, sin dolores, sin un alma en venta.

FIN

viernes, 17 de octubre de 2014

Viernes de vídeo

Le gustan las películas de Zack Snyder? (Tranquilo, seguro que ha visto la mayoría pero no sabe o no recuerda el apellido del mero mero)
Pues esta recopilación de los momentos de cámara lenta (slow motion, si se quiere poner exquisito) de sus películas le van a encantar:
 
Zack Snyder // Slow Motion from Jaume R. Lloret on Vimeo.

Sonría, es viernes :)

miércoles, 15 de octubre de 2014

El angelito. Cuento


Fue tarde, no sabría decir exactamente la hora, pero sé que era tarde, porque el ruido desesperante de los carros había disminuido. Tenía hambre y me había levantado a prepararme algo de comer. Nada elaborado, tal vez un pan con crema o con queso, cualquier cosa hubiese estado bien. Pero el aleteo me sacó de mis pensamientos culinarios.

Eran unas alas grandes. Seguro. Algo que jamás había escuchado, algo más grande que un de las lechucitas que llegaban a posarse de vez en cuando sobre la antena aérea del televisor. Aquello era grande, lo suficiente como para hacerme botar la bolsita con la crema y prepararme para lo peor. Imagínese usted el susto... no, el pavor que despertó en mí al oir que tocaban la puerta de atrás. Sí, esa que da a lo que se supone que es un patio y que no es más que un trocito de tierra moribunda, llena de cienpiés y escasa de cualquier otra cosa.

Yo, claro, desnudo como estaba corrí hacia mi cuarto con el Jesús en la boca, creyendo que la delincuencia me iba a convertir en una pequeña adición a las estadísticas. Pero cuando aquella voz, dulce, difícil de definir como masculina o femenina me pidió que abriese la puerta, por una razón que no podría explicar, no pude resistir, mis piernas se movieron solas, me vi lleno de una confianza que jamás había logrado sentir, estaba plenamente convencido de que aquello que estaba en el minipatio no era malo, al contrario, sentí que no había nada en el mundo más seguro que aquello que estaba afuera. Y sí, lo pensaba como “aquello”, porque el tonito de la voz era extraño y porque, imagine usted, ¿cómo llamar a algo que llega volando, a media noche (o eso creo) a tocar a la puerta de atrás de su casa?

En fin, llegué sin miedos a abrir la puerta, solo para encontrarme con lo más hermoso y maravilloso que mis ojos hayan podido ver o verán en esta vida o en la otra: un angelito. Era chiquito, gordito y bonito, como esos cuadros en los que se retrata a los angelitos, que si bien son chiquitos, también era lo suficientemente grande como para que el aleteo sonara pesado y de ahí el ruido que originalmente me había matado del miedo.

Pero decía,... al abrir la puerta, el muchachito... o muchachita, no sé bien, me miró con cierta indignación, como reclamando el tiempo que me había llevado abrir la puerta y entró batiendo sus alas y viendo a derecha e izquierda, como evaluando si el lugar valía la pena la espera que había tenido que hacer.

Imagine mi vergüenza al recordar que yo estaba desnudo, sí, desnudo, chulón, vaya, para que me entienda, con todas las miserias al aire y el angelito ahí, volando con los brazos cruzados y sin prestarme demasiada atención.

Finalmente, se volvió con resolución y me dijo, “quiero dormir”. Como es de suponer, la extrañeza y la duda me cruzaron la cara, sobre todo por aquello que mi abuelita siempre me dijo “los ángeles no duermen, no lo necesitan y además te cuidan” y si no, ¿en dónde carajos queda aquello de “ángel de mi guarda dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”? Debí haber sido tremendamente transparente para aquella cosita tan tierna, porque me miró con cierto hastío y me dijo “sí, dormir”, me acabo de escapar porque quiero experimentar lo que ustedes experimentan.

Mis orejas deben haberse puesto más coloradas que los tomates que se ven en la tele, digo, porque los del mercado son más pálidos... pero bueno, que aquella confesión me llenó de nuevo de ese temor paralizante. UN ANGELITO ESCAPADO. No era eso casi como Satanás. Usted me dirá que no, que a aquel lo expulsaron y este se había escapado, pero que yo no lo creo de esa forma, que de todas formas fuera del cielo es fuera del cielo y desobediencia es desobediencia ¿y qué si el de allá arriba, el mero mero, el colochón se enojaba con el angelito y le mandaba un rayo o algo y terminaba yo sacando terminación?

Como pude, le señalé la cama y alcancé a decir con un hilo de voz, haga de caso como ese ruidito que se escapa cuando abre usted el chorro del lavadero y se da cuenta no hay agua y solo sale aire, pues así, así mismo era mi voz en ese momento, y le dije, “adelante, acostate como podás”

Pero en el momento en que el bodoquito ese se me quedó viendo con extrañeza y con cara de no saber lo que le estaba diciendo, una ola de ternura me invadió, aquella cara de inocente ignorancia me hizo olvidarme de todos los temores y me hizo querer ayudarlo, nada más que ayudarlo sin que me importara nada más.

Me acosté en la cama y me puse la almohada debajo de la cabeza y le dije “esto es acostarse”, es lo que se hace para luego poder dormir. Una vez más, se me quedó viendo con cierta duda y me dijo “pero, ¿cómo logro dormirme?”

La pregunta del millón. Cómo explicar algo tan cotidiano, algo así como la pregunta de “sí pero ¿cómo respiro?” ¿Cómo se le explica a alguien que nunca ha hecho algo que para uno es una necesidad y no algo que se hace porque se desea?

Lo único que se me ocurrió fue lo obvio: “Hagamos algo, me voy a acostar y a dormir para que me veás mientras duermo, a ver si lográs hacerlo como yo, ¿de acuerdo?”

El angelito me vio con alegría y asintió, así que me dispuse con alegría a mostrarle a aquella cosita cómo se hacía algo en lo que yo era experto. Con algo de superioridad me acosté, me puse la almohada debajo de la cabeza de nuevo y le dije “ahora se cierran los ojos y esperás a que el sueño llegue y perdés la conciencia” Cerré los ojos y esperé, aparentemente poco, a que el sueño me dominara. Aquella experiencia debió haberme agotado de manera extrema, porque terminé durmiendo hasta la mañana siguiente. Me levanté con cierto aspaviento, recordando que tenía una visita por demás importante, con vergüenza y con cierto orgullo presuntuoso, pues no cualquiera duerme con tanta placidez como lo logro yo, tanto tuve razón, que cuando levanté la cabeza, me asombró no ver nada. No, no estaba ciego, no estaba bajo ningún evento de presión nerviosa, en realidad, no vi mi televisor, no vi mi refrigeradora, no vi mi cocina, no vi nada de nada.

La verdad es que no he dicho toda la verdad, si que había algo: un papel escrito a lápiz con una letra preciosa que con seguridad era del angelito. Decía lo siguiente: “Te vi dormir por algún tiempo y me pareció aburrido, así que he decidido intentar otras cosas que ustedes hacen a diario, esto de la televisión es gracioso”

Me reí con todas las fuerzas del mundo, pero la verdad es que, además, aprendí una valiosa lección: La próxima vez que un ser paranormal o mitológico se haga presente en mi puerta, con toda la seguridad y la autoridad de mi humanidad, lo voy a mandar a la mierda.

viernes, 10 de octubre de 2014

Viernes de vídeo

Oooooh carajo!!! Éste, no bastándole ser una animación CGI fuera de serie, un despliegue de imaginación y pericia en el uso del software en el que se haya hecho, sino que además plantea una excelente teoría, ficticia sobre la creación de la vida en los planetas:

Abiogenesis (Short Film) from Richard Mans on Vimeo.

Se llama, como ya habrá visto, Abiogenesis, y es una obra de arte por donde se le vea!!

Sonría, es viernes :)

miércoles, 8 de octubre de 2014

Batman Incorporated



Este no es precisamente un cómic "poco conocido" y por eso es que no le pongo el título de la serie.

Sin embargo, en un momento determinado lo encontré, la novela gráfica
completa, y claro, resistirse al Caballero Oscuro es un error, grave error.

Ambientada un poco después de la película (o la serie) El Hijo de Batman, Batman Incorporated nos cuenta la historia de cómo Bruce Wayne planea el ataque al mal a nivel global, reclutando a una serie de personajes que serán el "Batman" de cada país en el que Batma Inc. se encuentre.

Damian, el hijo de Bruce Wayne y Talía Al Gul (sip, la mera hija de Ras Al Gul) ha jurado la venganza contra Batman, que le quitó a su hijo (que no, que no se lo quitó, Damian decidió quedarse con su padre) y llevar a cabo su iniciativa criminal Leviathan, que está enfocada a acabar, especialmente, con la ciudad de Wayne: Gotham.

No existen en esta novela gráfica la intervención de los criminales típicos de este personaje de DC, es decir no hay Joker, no hay Pingüino, no hay nada, excepto el combate de parte de todos los Batman y los ex Robin Nightwing y
Batwing y etc. que se unen a la iniciativa para luchar contra Leviathan, que además, ha creado otro clon de Batman, mejorando al mismo Damian (que sí, fue bebé de probeta), con la finalidad de matar a Batman y, de paso al mismo Damian (que en algunos momentos parece que el objetivo fuese al revés, matar a Damian para que Wayne pierda la cordura).

Llega el momento en que Talía logra poner contra las cuerdas a Bruce y, una vez más, el caballero oscuro termina siendo un fugitivo de la ley, al saberse que todo se trata de una vendetta personal de la muchacha contra el gran Batman y la iniciativa de Batman Inc, termina siendo disuelta para evitar los problemas que se generaron inicialmente por éste. Sin embargo, claro está, estos problemas se sostienen a lo largo de toda la novela, con las respectivas dosis de sentimentalismo y comicidad que convierten a esta saga en una verdadera obra de arte.

Todos los problemas acaban con la "muerte" de Talía a manos del servicio
secreto inglés (el servicio secreto del servicio secreto, se entiende) que termina recibiendo una bala y siendo enterrada junto a su hijo Damian, quien, en el epílogo, desaperece de su tumba, junto con la mismísima Talía, lo que da la idea clara de que las cosas no terminan tan fácilmente, sobre todos porque el padre de Talía: Ras Al Gul, ha creado un ejército de clones, luego de liberarse de la prisión que su misma hija Talía había ideado para él.

Con los trazos de varios artistas, la novela resulta entretenida y llena del poderío del, aún, infalible Batman y no puedo menos que recomendar la lectura de Pe a Pa de esta maravilla de DC. Lo admito, no puedo ser muy objetico cuando se trata de Wayne y compañía, pero créame, este personaje resulta por demás hipnotizante y sus aventuras una verdadera delicia. Así que si puede LÉALO que seguro, seguro, no se va a arrepentir!!

sábado, 4 de octubre de 2014

Sábado de vídeo

El final de una raza, de manera brutal, sin aviso alguno, sin esperanzas y con un final un tanto inesperado. Cortito, muy cortito, pero con la sustancia necesaria.



Sonría, es sábado :)