miércoles, 23 de diciembre de 2015

Hacking. Capítulo 10

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HACKING

Alberto Chavez
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10 CAPÍTULO X

Comencé por correr, no sabía por qué, pero sabía que tenía que huir de aquel lugar. Algo había pasado, algo había alertado a bigotes y yo no sabía exactamente lo que era. Sin embargo, mi instinto de conservación me dijo que tenía que salir corriendo, o que correría peligro. Con todo, mientras corría sin dirección específica, me decía a mí mismo que todo aquello era estúpido. Había descubierto un par de cosas, había hecho avances en cuanto a la verdadera inteligencia artificial, había hackeado las contraseñas, pero nunca creí que cualquiera de aquellas cosas fuese suficiente como para asustar al bigotón… No, había algo más, pero yo no sabía lo que era.
La seguridad de la empresa era por demás buena, pero por alguna razón, no lograron darme alcance, sobre todo cuando comencé a saltar sobre los techos de algunas de las viviendas del lugar. Eran cuatro tipos, inflados de cuerpo, pero de poco cerebro, porque en lugar de seguirme desde abajo sin perderme la pista, cosa que hubiese resultado más eficiente y menos demandante para cuerpos tan pesados y con viviendas, todas, en línea recta, decidieron seguirme a través de los tejados, en donde definitivamente les llevaba ventaja, pues era más rápido y, como desafortunadamente se dieron cuenta, menos pesado. Uno de los tejados no soporto el peso de aquellos gorilas, y se hundió sin remedio, con los cuatro mastodontes.
Libre por fin, decidí seguir corriendo, previniendo una nueva oleada de grandotes. Sin sentirlo, llegué a la muralla divisoria entre la zona norte y la zona sur. Jamás la había visto y me pareció un monumento tristemente impresionante a la intolerancia. No había guardias apostados, pues era una muralla inteligente, que detectaba la proximidad de las personas del lado sur y disparaba una alarma que prevenía que cualquiera se acercase demasiado, pues era bastante obvio que aquella alarma implicaba la proximidad, del lado norte, de toda una fuera del orden.
Graciosamente, del lado norte no había dicho sistema de alarma, porque resultaba bastante claro que nadie en su sano juicio quisiera moverse de la tranquilidad total, al caos total, o eso me había dicho. Me la quedé viendo por largo rato, viendo mucho más allá de aquellas placas metálicas, emitiendo reflejos azules, los sensores de movimiento inteligente, vistos desde la parte de su emisión eran, a decir verdad, algo hermoso de ser contemplado, aunque triste de ser analizado. Aquello era la muestra de desprecio por antonomasia. Era la epítome del elitismo. Era el monumento de la tristeza y todos éramos parte de aquello. Las historias contaban que cuando las dos zonas eran una sola, habían problemas constantes en cuanto a delincuencia, peleas entre ciudadanos, vicios, etcétera. Todo aquello había provocado una marcada división entre los que tenían y los que no. Claro que aquello no era, ni lejos, una historia nueva, pero las medidas tomadas eran, al menos en su momento, bastante novedosas.
El índice de criminalidad bajó, practicamente desapareció en los primeros meses de la medida… en el lado norte. La zona sur quedó aterida del lumpen que había sido inventariado, clasificado, encerrado, y liberado una vez que la muralla divisoria estuvo lista y todas las personas que quedaron del lado sur, delincuentes o no, tuvieron que aprender a vivir con lo que tenían, heredarlo a sus hijos y rogar que los verdaderos delincuentes no les robaran. La sociedad del lado norte progresó tremendamente, gracias a que la economía de las personas ubicadas ahí era ya de por sí buena, unido esto a las grandes oportunidades que proporciona una buena educación, las cosas mejoraron considerablemente; mientras, en el lado sur, las personas que no se dedicaban al crimen, tuvieron que acostumbrarse a un gobierno de facto ejercido por pandillas y crimen organizado, que los extorsionaban en nombre de la seguridad, una seguridad que los mantenía a salvo de los mismos que cobraban para mantenerlos a salvo. Así pues, aquella sociedad se mantenía en el círculo vicioso de ser pobre, para ganar casi exclusivamente para aquellos que eran igualmente pobres, pero que no tenían la voluntad o la capacidad de de ganarse la vida. No habiendo oportunidad de superación, de educación o incentivos económicos, aquella sociedad, la del lado sur, se basaba casi exclusivamente en pequeños comercios que no podían ser suficiente para sostener a la parte del estado que se encargaba del gobierno local, mismo que practicamente tenía en total abandono a una sociedad que no podía representar una inversión positiva. Es decir, aquello era un triste dilema de Sísifo.
Iandro estaba sumido en sus meditaciones, cuando escuchó una sirena. Aquel era un sonido por demás extraño de escuchar en el lado norte, así que lo puso en alerta: aquello no era normal. Era casi seguro que lo estuvieran buscando y no iba a ser para nada bueno. Así que, sin darle mayor dilación, comenzó a escalar la muralla divisoria. El lado sur, la muestra clara de una sociedad podrida, iba a convertirse en el refugio de aquel muchacho que, al menos en ese momento, no sabía el por qué era buscado por la justicia, pero que lo averiguaría y al saberlo se iba dar cuenta de algo: él tenía que morir o gobernar.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Viernes de vídeo

Se recuerda usted de los vídeos de las peleas de los muñequitos de palitos (sticks)?
Pues esta es como esas peleas, pero con esteroides. Véala, no tiene desperdicio:


Sonría, es viernes :)

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Hacking. Capítulo 9.


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HACKING

Alberto Chavez
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9 CAPÍTULO IX

Era aún temprano cuando Leopoldo decidió tomar el desayuno, cosa que no hacía muy seguido, ya que pasaba ocupado gran parte de la mañana con la clientela, que solía ser prolija por las mañanas. Sacó su plato, se dirigió a la cocina y volvió a tener la sensación de que algo no andaba del todo bien, como le pasaba cada mañana al tomar el desayuno. Como siempre, logró sobreponerse, tomó su desayuno y sacó el libro que guardaba con recelo. Ojeó las páginas con delicadeza, observando cada uno de los dibujos. No entendía lo que estaba escrito, pero le gustaba mucho pasar las páginas y ver cada una de aquellas ilustraciones… le daba paz, lo hacía sentirse "integrado"
Estaba listo para volver a la tienda, cuando lo sobresaltó un ruido sobre el techo de la casa. Era bastante claro que alguien, una persona, estaba sobre su techo. Si bien aquello no era de extrañarse, los maleantes solían caminar sobre su techo con mucha frecuencia, el que lo hiciesen tan temprano en la mañana le pareció, cuando menos, extraño. Como sea que no era, ni lejos, una práctica extraña, decidió quedarse en el lugar y esperar a escuchar algún grupo de policías tras el maleante o bien ver el cuerpo cayendo en carrera y perderse en alguno de los callejones del lugar. Cualquier maleante que se preciara de serlo, sabía que no era conveniente llegar dentro de las casas, pues era un lugar en donde eran fácilmente arrinconado y atrapados… o peor.
Pero aquel, al parecer, era un principiante, pues acababa de dejarse caer en el patio trasero (un espacio de apenas dos metros cuadrados detrás de la casa), sin la mayor consideración a su seguridad.
Pues bien, algo había que hacer, y tomó su arma, con la mejor disposición de darle un buen susto, o en el peor de los casos, dejarlo malherido, tendido en el piso y esperar a que llegasen a detenerlo, si es que alguna autoridad llegaba. Con su arma en la mano, llegó al patio y vio que quien huía llevaba ropa cara, ropa que solo se podía encontrar en el lado norte, ropa que un maleante común y corriente no habría sido capaz de conseguir. Pensándolo mejor, se dijo que ni siquiera un buen ladrón hubiese sido capaz de robar ropa en el lado norte, ni siquiera de LLEGAR al lado norte. Sin pensar muy bien lo que tenía que hacer, salió al patio, lo miró y decidió que hablarle, era la cosa más sensata de hacer.
  • Hola
Aquella voz realmente hizo que aquel joven se sobresaltara y diera un salto bastante poco común.
  • ¿PERO QUÉ DEMONIOS?
  • Tranquilo, me llamo Leopoldo, ¿puedo preguntarte qué estás haciendo aquí?, digo, es bastante claro que tu casa o tu trabajo no están en el lado sur.
De alguna forma, la plática casual de Leopoldo pareció surtir efecto.
  • ¿Esta es tu casa?
  • Pues sí.
  • Perdón, pero es que estoy huyendo, me persiguen desde la zona norte.
  • Eso es bastante claro, pero ¿no es que en lado norte no existe la criminalidad?
  • Pero es que no he hecho nada criminal, eso es lo que me extraña en cantidad - dijo Iandro, con un hilo de voz.
Fue entonces cuando Leopoldo lo notó. Algo que lo sorprendió, pero no porque fuese algo desconocido para él, de hecho, era algo que había visto por años y años, aunque nunca creyó que fuese posible. Aquello era algo nuevo, en vivo. Increíble, por el simple hecho de no haberlo presenciado nunca antes, pero familiar por haberlo tenido entre las manos muchas veces.
  • Del lado norte, ¿cierto?
  • Correcto - contestó Iandro.
  • ¿Y quién te busca?
  • Unos de la compañía de robótica.
  • ¿Robótica Inteligente? - preguntó Leopoldo con algo de sorpresa.
  • Efectivamente
  • ¿Alguna idea del por qué?
  • Pues no, me estaban haciendo una entrevista para ascenderme y de repente el jefe empezó a gritar SEGURIDAD, SEGURIDAD.
  • Y no me extraña, pero mi pregunta es ¿no sabés por qué llamaba a seguridad tu jefe?
  • Pues no… a ver, pues que logré descubrir que unos presuntos expertos no habían hecho progreso alguno y yo logré completar un par de tareas de inteligencia artificial, pero nada más.
  • ¿Inteligencia artificial?, ¿qué es eso?
  • La capacidad de hacer que las máquinas piensen, al menos de forma básica, como los humanos.
  • Eso sí que es interesante,… pero lo más importante: esa es la razón por la que te están persiguiendo.
  • ¿Por haber hackeado las cuentas de los científicos de proyecto?
  • No y la verdad es que no estoy seguro de… creo que hay algo que tengo que mostrarte - le dijo Leopoldo con cierto temor en los ojos.
Así pues, fueron adentro de la casa, Leopoldo fue en busca de su libro y regresó con un pavor enorme reflejado en los ojos y con la certeza de que la única forma de ayudar a aquel muchacho de la zona norte, era matándolo. Su futuro, el futuro de todos, dependía de aquello.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Hacking. Capítulo 8

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HACKING

Alberto Chavez
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8 CAPÍTULO VIII

Le di instrucciones claras al director de aplicaciones empresariales de vigilar muy de cerca las actividades de Iandro, sin darle mayores detalles de mi interés. En realidad me intrigaba el muchacho, pero lo cierto es que no era más que mi curiosidad de científico retirado lo que me hacía sentir dicha curiosidad. Había otras cosa de las que tenía que ocuparme, como ya había dicho y la verdad es que Iandro era, en ese momento, la menor de mis preocupaciones. La línea más nueva de robots multitarea había fallado de una manera bastante peculiar. Sus sensores de proximidad no funcionaban y chocaban contra todo lo que se les ponía enfrente. Había sido un error tremendo del área de electrónica o al menos eso pensé en aquel momento. Las demandas de todos los clientes no se habían hecho esperar, y lo cierto es que, entre otras cosas, algunas cabezas tenían que rodar, tanto para tranquilizar a los egoístas consumidores que pretendían sentirse mejor sabiendo que había habido despidos, como para los demás trabajadores, que tendrían muy en cuenta que ese tipo de errores no podían tolerarse en una empresa que estaba tan comprometida con el trabajo de calidad.
Una vez más, despidos. Lo cierto es que aquello también resultaba problemático. La cantidad de gente preparada a un nivel tan algo en electrónica, mecánica, programación, holografía, etcétera, era muy escaso. Los habitantes de la zona norte son escasos, si se comparan con los habitantes de la zona sur y por consiguiente los profesionales en las áreas vitales de nuestra industria escasean de una forma alarmante. Desafortunadamente, del lado sur, las personas con los conocimientos mínimos son nulas. No hay una sola persona que esté preparada, lo que realmente resulta molesto, pues es como si la zona sur estuviese llena de ineptos.
En fin, aquello representaba un problema adicional, ya que las personas que se quedaban tendrían que cargar con el trabajo de las que se iban. Lo que implicaba el pago de horas extras, que para mi mala fortuna, la ley pagaba más caras y por consiguiente implicaba un gasto de dinero mayor del que hubiese planificado.
Los problemas eran grandes, porque además tenía que resultar conciliador con los trabajadores y hacerles entender que no había forma pronta de conseguir reemplazos y que tendrían que trabajar más, les gustase o no. No que me fuese difícil convencer a la gente, pero lo cierto es que no gustaba. Las cosas eran como eran y tendrían que aceptarlo, pero el sentido común me decía que mi actuar tendría que ser distinto.
Me paré frente a todos los trabajadores restantes del área y comencé a hablarles del problema sucedido. Quería que todos estuviesen sabedores de los despidos y de lo que pretendía de ellos, pero un rumor comenzó a crecer. Al principio temí una revolución, pero alguien alzó la voz y me dijo que el error no había sido del departamento de electrónica, sino de ensamblaje, que no había activado el sensor en la fase final… más despidos, de otro departamento. Aquello era molesto. Despidos, discurso y una vez más a las preocupaciones diarias y cotidianas.
Pasé casi una semana tratando de aplacar los ánimos de los trabajadores que quedaban en ambas áreas, resignándome a seguir pagando las horas adicionales que se trabajaban, al menos mientras los abogados no encontrasen alguna forma alternativa de compensar a los trabajadores, en lugar de la salida constante de dinero que aquello implicaba.
Al final, mi error fue no darle la importancia que el atisbo de interés que Iandro había despertado en mí, merecía. Tarde, muy tarde en la última noche que había estado hablando con casi cada uno de los empleados de la planta de ensamblaje, llegó Patricia, la secretaria del gerente de aplicaciones empresariales a dejarme las últimas implementaciones de todos los programas desarrollado por aquella división.
  • Patricia, ¿usted sabe quién es Iandro? - le pregunté, porque con todo y los problemas, la curiosidad por el muchacho aún estaba ahí.
  • Claro - me contestó ella sin darle mayor importancia - es el muchacho al que el jefe iba a entrevistar hoy.
  • ¿Perdón? - le dije, tal vez como un reflejo defensivo, pues había entendido la primera vez que me lo dijo.
  • Sí, el jefe que se decidió a hacerle una entrevista, porque me dijo que a lo mejor le iba a ser de utilidad a usted.
  • Maldición - dije y salí corriendo en dirección al edificio que conformaba la división de aplicaciones empresariales,… pero era demasiado tarde. Cuando llegué, el director de la división estaba pálido, conmocionado y temblando, Iandro se había ido, y lo único que quedaba por hacer, era matarlo.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Viernes de vídeo


Le voy a suplicar, de la manera más encarecida, que escuche y lea esto, que admire cada segundo de este maravilloso vídeo, que no puede menos que merecerme TODO EL RESPETO Y LA ADMIRACIÓN DEL MUNDO!!!

Sonría, es viernes :)

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hacking. Capítulo 7

 

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HACKING

Alberto Chavez
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7 CAPÍTULO VII

Me extrañó sobre manera que en un día sin mayores aspavientos, el bigote atemorizante me llamara a la oficina. No dejé de ponerme alerta, porque aquello no era normal con nadie. Es decir, usualmente bigotes le hablaba solamente a aquellos que quería reprender o despedir, así que me preocupó que me despidiera antes de que pudiese culminar con mi investigación y mostrársela a Isaac.
Sin embargo, cuando entré en la oficina y le vi la sonrisa, que no me parecía de maldad, si no de cierta complicidad, cosa que, si bien no dejaba de causarme cierta molestia, pues ver aquel bigote curvándose en demasía en aquellos pómulos regordetes no era precisamente un espectáculo para ser visto en un día de fiesta, lo cierto es que me tranquilizó un poco, aunque claro, mi curiosidad se sintió un poco tentada. Habían pasado apenas siete meses desde que había entrado a la compañía y si bien mis resultados eran bastante por encima del promedio, tampoco habían valido lo suficiente como para que Isaac, por fin, me llamara, así que ver aquella sonrisa despertó ciertas esperanzas.
  • Muchachito - comenzó - me gustaría hacerte algunas preguntas, porque estamos interesados en promoverte, pero antes, necesitamos conocer un poco de tu historia.
  • Claro - dije yo, aunque aquello me sonó realmente poco probable.
  • ¿En dónde naciste?
  • En el barrio norte.
  • Eso está claro, de lo contrario no estarías aquí, me refiero a un lugar más concreto.
  • No entiendo el propósito de esta pregunta - le dije yo con sinceridad
  • Eso no importa, muchachito, es importante para esta compañía, así que vas decidiendo si te interesa.
  • De acuerdo, tranquilo, nací en el sector industrial cinco.
  • ¿En qué fecha naciste?
  • Dos de Septiembre.
  • ¿Qué hacías antes de venir a trabajar con nosotros?
  • Era el encargado de servidores en una cafetería.
  • ¿Y antes de eso?
  • Fui programador en la fábrica de chocolates Ilusión, en la zona industrial siete.
  • ¿Y antes de eso?
  • …pues comencé con mi primer trabajo en el colegio de Mineros Calificados, fui instructor a medio tiempo de ciencias computacionales y luego en circuitos integrados.
  • ¿En dónde estudiaste?
  • En el colegio especializado de computación, zona comercial dos.
  • ¿Hace cuánto te graduaste?
  • Hace cuatro años y medio.
  • Ahora, ¿el nombre de tus padres?
Aquella serie de preguntas me parecían verdaderamente irrelevantes como para evaluar la posibilidad de darme un ascenso. No tenían nada que ver con mi desempeño o incluso con mi coeficiente intelectual, por lo que más me parecía una investigación antojadiza de bigotes que una verdadera entrevista de promoción dentro de la compañía. Aquellos y otros muchos pensamientos me hicieron quedarme callado, sobre todo porque en realidad me comenzaba a molestar el misterio que toda aquella serie de preguntas envolvía. Sin embargo, cuando recuperé mi hilo de pensamiento, observé en bigotes un cambio. Me miraba con recelo y aquello era algo nuevo. Él solía mirarme con desprecio, con irritación… al entrar en aquella entrevista me había mirado con cierta camaradería, pero aquel recelo, aquella mirada de alerta extrema era algo que nunca había visto en él.
  • ¿Qué pasa? - pregunté.
  • No estás haciendo más que confirmar sospechas - me dijo con el mismo recelo.
Aquello, como consecuencia, no hizo más que confirmar MIS sospechas: aquello no era una entrevista para promocionarme, era un interrogatorio. Lo malo es que no tenía ni idea de la intención ulterior de aquel interrogatorio. Mi curiosidad se veía incitada, pero mi instinto de conservación, también.
  • Pues entonces déjeme comentarle que mis sospechas han sido igualmente confirmadas. Esto no tiene nada que ver con una entrevista de promoción y desconozco el propósito de este interrogatorio, pero ninguna de las preguntas que me ha hecho tienen que ver con mi desempeño en esta empresa, así que para hacer un cambio me gustaría hacerle unas preguntas y no, en este momento el que habla soy yo, que viene a ser el protocolo normal de desarrollo en una interacción social. Así que, como primera pregunta, ¿por qué este interrogatorio, que es bastante obvio que no tiene nada que ver con este trabajo?
-…
  • Su silencio no hace más que acrecentar mis dudas, por lo que le hago la siguiente pregunta: ¿Esta "entrevista" ha sido idea suya o de alguien más?, ¿tal vez alguien con mucho más poder que el suyo, el cual no pasa de estos cuatro cubículos, desde, según me han contado, hace ya varios años?
-…
  • Su cara de irritación no tiene por qué amedrentarme, me temo, así que le agradecería que me contestara. ¿Será tal vez que esta entrevista ha sido pedida por Isaac?
  • Muchachito, esto ya ha ido demasiado lejos…
  • Al contrario - le interrumpí - esto no ha hecho más que comenzar, porque sus ojos y su leve palidez no hacen más que darme la razón. Ahora, algo que me intriga y que creo que usted no sabe, porque está claro que no es más que un peón en este jueguito, es la razón para este interrogatorio. ¿Qué sabe usted, señor bigotes?
  • BASTA - gritó - no tengo por qué soportar este tipo de comportamiento. Me parece que aquí, en estos cuantos cubículos, como dijiste, el jefe soy yo, así que te conviene cerrar la boca. Puede que mi poder sea limitado, pero puedo hacerte la vida imposible si este comportamiento continúa…
  • Lo que me hace pensar de que no tiene la orden de despedirme, si no de extraer la información que me ha consultado… interesante, interesante. Ahora bien, ¿por qué? - le dije mientras me acercaba a la rechoncha cara de bigotes y disminuía el tono de mi voz, hasta casi llegar al susurro.
La reacción de bigotes me sorprendió, me desconcertó y me asustó. Tal vez un poco tarde, me di cuenta de que lo que realmente estaba sucediendo, era que se había puesto de pie con los ojos enormes y un leve temblor en la papada. Más tarde aún, me di cuenta de que en realidad, aquel movimiento de labios era una sola palabra, repetida y horrorizada: ¡SEGURIDAD, SEGURIDAD!