martes, 4 de noviembre de 2014

Mañana como siempre... - Cuento

Y vuelvo a este lugar, en donde lo único que cuenta es la justificación.

Veo a uno y otro lado y me siento perdido, ausente de mí mismo, veo mis manos correr por el teclado sin saber exactamente lo que están escribiendo. Estoy solo, me siento solo y comienzo a temer que sea un viaje sin retorno. Años hace que no tenía esta sensación y me doy cuenta que a pesar de no sentirme nada bien, debo estar aquí. Aparentando que estoy bien, que soy fuerte, que no pasa nada.

Cierro los ojos e intento recordar lo que se sentía ser distinto… y no lo consigo. Nada me sabe como antes. Si bien no soy de los que vive anhelando un pasado mejor, lo cierto es que tampoco el presente y mucho menos el futuro me suenan prometedores. Intento recordar mi felicidad y no logro recordar lo que sentía. Mi momento de autocompasión duró poco, cuestión de un día, tal vez dos. Pero lo siguiente fue peor. La vacuidad, la falta de peso, la ausencia.

Todo comenzó por una estupidez, como empiezan todas las cosas grandes. Un pleito, un malentendido, una frase dicha tal vez sin querer, pero que alcanzó a tocar fibras sensibles. Demasiado sensibles. Primero, claro, el enojo, pero luego algo pasó, algo se comenzó a transformar, a cambiar dentro, como esas gotas que se van acumulando en los huecos de las piedras y cuando el hueco se desborda no lo hace más en simples gotas, sino en grandes chorros, así, lo que se desbordó producto de aquella insignificancia, resultó ser la indiferencia. No había odio, no había otra persona, solo había una nada monumental, un vacío triste y errante, vagando por cada rincón del alma.

Estando aquí, no puedo más que desear en otro lugar. Pero no sé en qué lugar. Viendo a la gente entrar y salir de esta oficina no puedo menos que imaginar lo plácida de las vidas de cada uno y me doy cuenta que estoy terriblemente equivocado, que las vidas plácidas son una falacia, una mentira que creemos por un tiempo, pero que luego llegamos a desenmascarar. Y duele. Y destruye.

La necesidad de aparentar que se trabaja no hace más que incrementar la soledad. Trabajo, claro, hago lo que debo hacer, por lo que se me paga y por lo que soy una persona “productiva a la sociedad” Todo una pantalla, una mentira enorme que dice que estoy bien, que soy una persona importante y que sabe hacer su trabajo. Como si eso fuese lo único que importa.

Vida, trabajo, trabajo, vida. Suena complementario, pero en realidad es parasitario. El trabajo se convierte poco a poco en lo más importante para muchos y en lo más deprimente para otros. Con lentitud, los progresos laborales se van convirtiendo en lo único que interesa, como si la necesidad de trabajar, se convirtiese en la necesidad de saber que somos necesarios en el trabajo. Espejos para los conquistados.

Y permanezco en mi lugar de trabajo, cumpliendo un horario que no pedí, que no establecí y que nadie ha establecido nunca, porque sí, porque este es el horario que ha sido siempre, tantas horas fuera de cualquier lugar que a uno le pueda parecer interesante, porque eso es lo que debe ser, porque siempre ha sido de esa forma.

La veo en mis recuerdos y parece que estuviese ahí. Pero lo cierto es que no la extraño. No recuerdo como sentir lo que sentía por ella y eso me entristece. Creamos una vida junto a alguien más con la esperanza de que un sentimiento, una reacción química, será capaz de durar para siempre y de repente, un pleito, otra reacción química, no hace más que contrarrestar el efecto de la primera y luego,… nada.

Y ahora, que la hora de partir se acerca, que he de regresar a otro lugar en el que no quisiera estar, no hay nada más devastador que aceptar que mañana, como siempre, el sol saldrá y mi corazón seguirá latiendo, porque no soy más que el resto, porque estoy aquí, junto con otros millones, que tienen tanto vacío en su vida como yo. Que el mundo sigue, que el universo sigue. Tanta verdad, tanta crueldad, tanta mierda.

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