lunes, 23 de abril de 2012

Panem et circus

El pseudoreportero grita (no, no anuncia, grita) que a los malacates (tiembla historia reciente) terminaron besando la tierra. Burdo intento de sonar poético.

Afuera, un borracho entabla una titánica batalla contra las plantas que mi esposa ha sembrado y que le estorban el paso. Y mientras le digo que era mejor que me dijera que podara las plantas en lugar de destruir lo que no le pertenece, él me dice que no "me clave" y que si tengo algún problema que el conoce a la mara de por aquí. Yo me río y le digo que siga su camino, que ahí muere pero que mejor no se "clave" él.

En la iglesia de la esquina, de alguna denominación exótica, como está tan de moda, algo así como los santos de los testigos de los amigos del advenimiento de... en fin, que usted entiende; el pastor (también aplica el prefijo pseudo, si le va bien) se desgañita asesinando a un satanás que solo está frente a sus ojos.

Mi hijo menor canta con fanatismo la canción de los Power Rangers Samurai, mientras el mayor canta alguna canción de reggaetón que desconozco (y de la que me siento tentado a ridiculizar, pero me detengo para no provocar la reacción contraria a la que deseo)

La vecina de arriba pega su rostro a la ventana mientras escucha una canción de Los Temerarios (ajúa) y parece rememorar con nostalgia los buenos momentos que jamás ha pasado junto a su pareja, que la ha dejado hace ya algunos meses con los dos niños.

Mientras, el televisor, me recuerda que los hechos de violencia siguen (amarga muestra de lo obvio) y que el espacio informativo es cortesía de alguna telefonía de la cuyo nombre no quiero acordarme.

Me como con lentitud una galleta y me siento con tranquilidad. El espectáculo debe continuar.

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