- ¿Viste el charco de sangre en la entrada del pasaje? - me dijo, casi de manera casual.
Yo no contesté, me quedé en la entrada de la casa, poniendo la mochila sobre la silla.
- Dicen que a las ocho y media lo balearon - y tomó un trocito de papel para colocarlo en el cuaderno de matemáticas.
- ¿Cómo te fue en el examen de hoy? - pregunté con preocupación.
- Estuvo algo fácil,... trece años dicen que tenía el muerto y la herida tenía catorce - y siento que mis facciones se contraen.
- ¿Y mañana de qué tenés?
- De matemáticas, estas son las operaciones que he hecho - y me muestra unas multiplicaciones de tres cifras con todo el orgullo de que es capaz, además de divisiones garabateadas - ¿por qué los habrán matado? - pregunta con curiosidad.
Y me quedo pensando, evaluando todas las posibles respuestas. Tomo un trago del té que tengo en enfrente y me distraigo un momento con el hermoso color negro.
- Lo importante es que la mamá debe estar triste - le digo con torpeza - y que no quisiera que salgás de noche,... las operaciones están bien, felicitaciones.
Y se va con una sonrisa de satisfacción, y yo me quedo con la angustia de lo que podría ser y el pánico de que estas pláticas se vuelvan habituales, al grado de ser "como ver llover"
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4 comentarios:
todos tenemos esa sensación amigo Alberto, ver un baleado es tan natural como ver caricaturas, o el simple hecho de poder respirar, hablar, pensar.
Día tras día, todos perdemos algo de humanidad al ver normal, algo, que ya debería ser parte de un libro de ficción
@Viktor: "...algo, que ya debería ser parte de un libro de ficción"
Eso es precisamente lo que yo digo, pero es la realidad que se vive y se le tiene que hacer frente.
Saludos maestro
En realidad, nadie se acostumbra, nadie acepta. Lo único que no le vemos salida a este pozo.
@Carlos Abrego: Espero, con sinceridad, que no se llegue a la costumbre, por el bien de nuestra "humanidad".
Saludos don Carlos, que bueno verlo de nuevo por estos rumbos.
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