miércoles, 1 de agosto de 2007

Cuento en tres cartas. Parte final

Esta es la parte final del cuento cuya primera parte está aquí y cuya segunda parte está aquí.

Una aclaración necesaria es que esto es un cuento de puritita ficción (tal vez con algunos recuerdos de aderezo), pero nada más. En todo caso, y de nuevo, gracias JC

HOLA VIEJITA
Carta #3
San Salvador, Febrero de...

Hola Viejita:

Mis días siguen transcurriendo en línea recta (aunque a veces, debo admitirlo, descienden en vertical a fondos muy profundos), sin embargo, en esta carta, deseo darte noticias que parece que cambiarán para siempre mi,... si creo que aún puedo decir mi vida. Pero estas pueden esperar para el final, pues antes, quiero dejar en este trozo de mi soledad algunos de los visitantes que me han invadido últimamente, en las noches en que no concilio el sueño:

Los recuerdos, querida mía, me han hecho su esclavo y no puedo liberarme, estoy como emparedado tras enormes muros, hechos del más resistente de los materiales: el dolor y la melancolía, esos dos hermanos que siempre van juntos... no hay más fuerza en mi para tratar de ser revolucionario de la vida una vez más. ¡Ah!, viejita, como me rodean una vez más aquellas paredes blancas tapizadas de nuestras locuras, esos muros en los que estaban mis juguetes, mi música, nuestras iniciales talladas en madera que parecían decirle a todos que lo nuestro, sin importar lo que dijeran, iba a ser eterno, aquellos mis libros que tantas veces quisiste tirar para liberar espacio en los reducidos cuartos que nos... perdón, que me hicieron tan feliz.

¿Cuántas veces no quise yo un poco de tiempo a solas? Y ahora que tengo tanto tiempo, ya no sé qué hacer con él. Mis juguetes han comenzado a jugar solos, al no encontrar alguien que los admire una vez más como lo hacía yo, mi música no encuentra un lugar para ser escuchada, mis libros parecen estar a merced de la carcoma, pues ya sólo ellas parecen encontrar algo digerible en ellos. Llegar a la edad adulta, madurar, estar de acuerdo con las malditas opiniones de esa sarta de mentirosos que se dicen integrantes de la más grande farsa que lleva el nombre de sociedad, es lo peor que le puede pasar a alguien, viejita querida. Estar a solas con tus convicciones hechas pedazos, gracias a que el mundo entero te las escupe a la cara, eso, eso y no otra cosa, viejita, puede catalogarse como la muerte en vida.

Mi radio, aquel que alcanzaste a conocer hace ya muchos, muchos años, hace dos meses se descompuso, no hay repuestos para el modelo que, como yo, no encuentra lugar en esta mala obra de teatro que nunca se decidió a jugar legalmente con migo, así que, otro de los pocos gustos que tenía, uno de los últimos para decir la verdad, me ha dicho adiós. Obviamente no tengo dinero suficiente para comprar uno nuevo, y, debo confesarlo, tampoco tengo los deseos de comprar otro. Yo, que nunca logré sobrevivir en ningún lugar en donde no sonara algo de música, algo de Serrat, o, últimamente de Sabina, esa maravilla que descubrí hace como diez años, ahora parece que no puedo encontrar el gusto que alguna vez arrancaron de mi alma aquellas melodías, y ahora sólo resuena en mi cabeza una frase del maestro Sabina: “No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió”. Creo que si “la música es el lenguaje de las almas”, mi alma está aprendiendo a enmudecer.

He encontrado una muy vieja tarjeta en mi cajón. Es una tarjeta de cumpleaños que hiciste con tus propias manos, prodigios de una creación Divina en la que no creo (pero de la cual eres el más vivo ejemplo), única e increíblemente bella, viejita, debo darte ese crédito. Eran nuestros primeros años juntos, años en los que aprendías a conocer a este viejo tonto que no supo que eras un regalo de ese Dios en el que no creo, hasta que estabas a punto de terminar con lo nuestro. Son palabras de amor y comprensiva resignación las que me ponías y han quedado rebotando de un lugar a otro en mi cabeza, como esas pelotas de goma con las que alguna vez jugueteamos los dos: “Y aún con todos los problemas, lo más importante es que seguimos juntos”, me decías. Mil espadas, viejita, mil espadas atravesaron mi alma cuando leí esas líneas, JUNTOS, carajo, JUNTOS suena tan cruel ahora, viendo nada más que estas paredes que me aprisionan y no me permiten salir corriendo a buscarte, a decirte que todo, todo lo que fui, por poco que fuese, logré serlo gracias a tu compañía, a tus palabras que me reconfortaban tanto y que jamás supe agradecerte lo suficiente, llegar a tu casa y decirte que jamás extrañé tanto a alguien como extraño una sola brizna matutina con tu aroma de niña... que ahora, que estoy tratando de sobrevivir con las migajas que me dan por haberme “partido el lomo” durante tantos años, lo único que realmente me agradaría es saber que, al regresar a estas mustias prisiones de ladrillo que llaman casas, hubiese una voz que, como tantos años atrás, me preguntara “¿cómo te fue?, y al decirle yo lo mal que me ha ido, esa misma voz me calmara diciéndome que todo va a estar bien, que lo primero en sus oraciones nocturnas es que yo esté bien y encuentre lo que he estado buscando,...

¿Cuántas veces estuvimos a punto de separarnos?, creo que tres, tal vez dos, y en todas, siempre te detuve, pues sabía que me convertiría en un total desgraciado si permitía que te marcharas, sabía que no iba a ser lo que era si cometía la estupidez de dejar que te fueras. Luego, fueron tus labios los que pronunciaron aquellas palabras: “Creo que es tiempo ya de que cada uno busque su camino” dijiste, y eso fue terminante, y a la hora de despedirse, sólo me alzaste la mano y dijiste “sé feliz”. Me sentí vació, como en esos sueños en los uno cae y cae y no llega jamás a ver el fondo del abismo que se abre cada vez más ante nuestros ojos, con la excepción de que yo sí sabía el fondo al que iba a llegar a través de aquel abismo. ¿Por qué no me detuviste, viejita, por qué no me detuviste? Todo cambió tanto desde que nos separamos, todo, no sólo dentro de mí, sino en todas partes.

A propósito de lo anterior, es tan extraño admirar como han cambiado la cosas a nuestro alrededor: lo que antes fueron parques por los que paseamos y jugamos y nos besamos y tratamos de mostrarle a todo aquel que desease verlo, que el amor no era algo que se limitaba a la cama o a las paredes de una casa, que el amor podía ser un sueño que podía soñarse durante toda la vida si así se lo proponían los protagonistas de la historia; ahora esos parques son complejos residenciales, llenos de personas comentando lo cara que está la vida y niños gritando por todos lados. Claro, es más importante tener un techo que tener un sueño,... o un recuerdo. Al menos eso dicen.

Lo anterior me trae a la mente un tema que en mis últimas cartas no ha sido mencionado: ¿cómo están tus hijos, viejita?, ¿qué tan grandes están ya?, ¿van ya a la universidad?... Como me pediste un hijo, viejita, lo recuerdo tanto, cuántas veces me dijiste que querías un hijo como yo, y yo nunca quise acceder, y ahora, después de tanto tiempo, me encuentro pensando que, al menos en eso, yo sí tuve razón, mi añejo amor. Un hijo o una hija como yo, con este vicio de descorazonarse el corazón, sería demasiado como para estar a tu lado por tanto tiempo, alguien que te recordara que, alguna vez, estuviste con alguien que jamás aprendió a apreciar las joyas que tuvo consigo. Me alegra que haya habido alguien que te ofreció todo eso que yo no, pues al menos, lograste cumplir un deseo que yo, jamás te hubiese podido o más bien jamás hubiese querido cumplirte.

He escrito me alegra ¿te has dado cuenta?, eso es algo que no hacía ya hace mucho tiempo, ¿podrías decirme por qué lo escribí?... más aún ¿por qué parece que es verdad?, cuando últimamente parece que nada me alegra. Lo que siempre te dije parece que es cierto, tu magia, tu brujería parece que es capaz de devolverme, aunque por momentos muy fugaces, esa alegría que siempre provocaste, incluso cuando sólo me mirabas con esos ojos infantiles que siempre me hiciste cuando querías algo de mí, o cuando tratabas de pedir disculpas por algo por lo que, la mayoría de veces no era necesario pedir disculpas.

Es increíble como nos sublimamos con el tiempo, ¿no te parece?, ahora hasta escribir me cansa, es obvio que te escribo esto por que mi pobre cuerpo me pide un descanso, incluso por escribir, esto es algo que debo admitir, el cansancio de vivir también parece ser el cansancio de ejecutar todas esas actividades que te definen como un ser vivo. Es una vergüenza, viejita, pero mi cuerpo es un manojo de enfermedades y dolores que sólo mi viejo reloj puede explicar.

Por cierto, y antes de que el cansancio y el dolor me ordenen detenerme del todo, creo que es tiempo de darte la noticia que al inicio de estar carta te dije que iba a darte: no necesito seguir buscando trabajo, SÍ viejita, no lo necesito más, mi médico me ha dicho que no es necesario. ¿Será cierto que de tanto repetir las cosas se hacen realidad?, pues parece que sí. ¿Te viene a la memoria todas las veces que, tal vez en broma, te dije que tenía cáncer, como una forma de hacer una burla de lo que supuse que jamás me pasaría?. Ahora sé que es total y verticalmente cierto. No más necesidades, no más angustias, no más... existencia. Meses, días, tal vez. Años, ni de broma es poco lo que me queda. Si puedo asegurarte que duele saber que se dejara este plano insulso de la vida, pero al menos mis problemas se minimizan. Pero algo que nunca creí posible me comienza a pasar: tengo miedo, miedo de no ser recordado por nadie, miedo de ser una colección de años tirados a un agujero sobre el que caerá un cúmulo de tierra, miedo de no haber logrado que alguien, aunque fuese frente a mi cuerpo inerte, no llegase a sentir un ligero atisbo de nostalgia por lo que alguna vez signifiqué en su vida.

Y he comenzado a extrañar, más que nunca, a mi querido viejo, a todas la veces que reímos juntos, a nuestras idas al cine, a nuestras conversaciones triviales y a las veces en que quise decirle Te quiero viejito, te quiero de verdad y no lo hice por temor de que las palabras no salieran como yo quería. Mi papá, viejita, mi querido papá, al que tanto quise y que no vivió lo suficiente para saber que fue el hombre más grandioso sobre este planeta de mierda, que no sabe lo que vale una vida, ni siquiera cuando ésta se ha ido al carajo. ¿Por qué viejita, por qué lo extraño tanto ahora?,... ¿por qué?, ¿será que siento otra vez cerca su grata presencia?, ojalá que así sea, pues de verdad que me gustaría estar con él otra vez, otra vez amigos, otra vez confidentes y consejeros uno del otro como si la barrera, esa estúpida barrera que se construye entre padres e hijos no existiera ni hubiese existido jamás.

Y ahora viejita, que el dolor es mi dueño y me está ordenando dejar en paz a este maldito acopio de miserias que se llaman vida, debo decirte que me queda una única satisfacción: de los dos, vida de mi vida, de nosotros dos, amor de mis amores, el primero que se va, soy, como siempre lo quise, yo, yo que jamás quise que estuvieras sola, yo que, aunque nunca lo haya aparentado, lo único que siempre quise fue tu felicidad, yo que ahora, después de tantas y tantas décadas de extrañarte, quiero que sepas que siempre, siempre te quise, siempre te amé, amé lo que hiciste, lo que dijiste, lo que amaste y lo que dejaste a un lado, lo que intentaste y lograste, tanto como lo que no conseguiste, los regaños, los reproches, todo eso lo amé con tanta locura que ahora, incluso ahora que no me queda más que este sentimiento enorme y profundo por tu presencia... sólo me preocupa el hecho de que ya no te escribiré más, que no habrá más quien te extrañe tanto como yo. Pero sé viejita, que al menos, voy cerca de mi viejito, una vez más, a ser los buenísimos amigos que siempre fuimos, ojalá que aún no me haya olvidado... Me voy viejita, me voy y sólo me queda esperar que algún día, si así te apetece, llegues a visitarme y a hablar con mi tumba inerte, a no esperar contestación, sólo por el placer de no dejar morir lo único que pude haberte dejado: RECUERDOS. Espero, si es que lo que siempre dijiste de la vida después de la muerte es cierto, me vayas a visitar alguna vez, cuando tu tiempo de irte también haya llegado, pues, seguro estoy, que aún allá, seguiré deseando tu presencia, tu conversación, tu voz, tu nombre, tu alma.

No me queda más que eso, viejita, tus recuerdos, nuestras cosas, este amor que nunca fui capaz de mostrarte como yo hubiese querido, este sentimiento que parece que no dejará de existir, ni aún cuando yo haya tenido que abandonar este lugar, al que sólo le agradezco el que me haya permitido conocer lo que significaba la gloria, antes aún de haber muerto, pues me permitió conocerte, explorarte, amarte tanto como para dejarte en el momento en que lo consideraste conveniente, este lugar cruel que no me permitió verte ni una tan sola vez después de nuestra despedida, pero que, al menos me permitió saber que, al principio, pensabas en mí, al menos un poquito tanto como yo te pensaba.

Adiós, viejita, por segunda vez en la vida, te digo adiós. Ahora soy yo el que te dice: SÉ FELIZ. Adiós mi amor no olvidado, mi eterno recuerdo, mi muerta felicidad, adiós para siempre. Y por última vez, recuerda que, aún viejo e inservible como dicen que soy, lo que siento,... lo siento con tanta fuerza que ningún joven podría contenerla. Adiós mi amor.


Alberto Chávez Guatemala

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