lunes, 4 de febrero de 2019

La Redención del Olvidado - Capítulo Segundo

La Redención del Olvidado

CAPÍTULO SEGUNDO

Eran las tres de la tarde cuando Alicia despertó con un sobresalto. Había estado soñando con una enorme estepa, oscura, caliente, flamígera. Aquel lugar le encantaba. Ella llevaba a alguien, ¿o era algo?, a través de grandes y preciosas escaleras de pirita, ¿existía ese mineral?, que reflejaban las llamas perennes. No había nada de temor en sus pasos, ningún rastro de duda en su mirada. Ella era la encargada, ella sabía lo que tenía que hacer: presentar aquel ente... ¿era un ser viviente?, ¿era un alma? Ante todos los encargados de aquel lugar, aquellos seres que ostentaban tanto poder, que eran tan inmensos, tan infinitos, tan oscuros y hermosos. Uno por uno iban conociendo a todos los nuevos habitantes, uno por uno, en la escala de poder que se había creado desde que el tiempo era apenas un niño.

Y llegar al último, a aquel ser de poder inconmensurable, peligroso, oscuro y bello, siniestro y sin embargo sereno y sabio en toda su eternidad. Escuchar aquella voz profunda y deliciosa valía la pena caminar toda aquella distancia, que para cualquiera podría significar una vida entera.

- Bienvenido - decía él, y el mundo se estremecía y ella temblaba de emoción y felicidad, pues escucharlo era un acontecimiento en sí mismo.

Entonces, el ente llevado a través de aquella eterna distancia, daba paso a otra eternidad en su nuevo hogar, mientras ella regresaba, ansiosa de llevar a alguien, o algo, más ante aquellos seres.

En ese preciso momento, Alicia despertó, asustada y colmada, maldiciendo su suerte por haber estado en un sueño del que tenía que despertar. Desconectó su teléfono celular del cargador y fue hacia la cocina, en donde un café helado por la espera, aguardaba en una taza puesta ahí desde la madrugada en la que ella había llegado, después de no poder conseguir más que tres clientes, que no hicieron más que ocasionarle disgustos por todas sus manías. El primero le pidió que le pegara con fuerza en la cara mientras lo hacían. El segundo no pudo lograrlo jamás y le pagó mientras se marchaba del cuarto llorando de vergüenza. Y el tercero, ay el tercero, era un caso crónico de halitosis. Tomó un sorbo de café amargo y sacó un cigarrillo de la cajetilla que había dejado en la mesa. No tenía hambre, pero se obligó a comer, recordando los consejos de su compañera Rubí (nombre profesional, claro está), que le había dicho que debía comer, que debía alimentar el cuerpo, porque al final, era lo único que les daba de comer. Comió un trozo de queso que encontró y tres trozos de pan francés que tenía guardados desde un tiempo que le resultaba esquivo. El queso, para su sorpresa, le cayó de maravillas, tanto que decidió tomar otro trozo y endulzar el café.

- Halitosis - dijo y dejó el segundo trozo de queso a medias.

Cerró los ojos y volvió a sentir el beso del sueño reciente. Había disfrutado tanto de aquel sueño, que le costaba creer que fuese solo un sueño. Una manifestación onírica, se dijo, y se sorprendió de utilizar aquellas palabras que había leído en algún lugar. "Si tan solo soñara mi vida"

Alguien le había contado, hacía tanto tiempo que no lograba recordar quién se lo había contado, que cuando los hombres fueron creados no había sido de barro, como lo enseñaba el libro, sino de madera y que lograron ser felices por muchos años, hasta que un dios, intentando hacer el bien, les regaló aquello que para todos era prohibido: el fuego. Y se encontró a si misma deseando ser de aquellos hombres de madera, llenos de superstición y temor, justificado, eso sí, hacia el fuego destructor. Más aún, se cuestionó en serio si es que ella no era o al menos fue, en alguna vida pasada, que aquello seguro que sí existía, un humano de madera. Aquel terror al fuego lo hubiese explicado con mucha facilidad. Pues incluso encender los cigarrillos le daba pavor.

- ¿Pero qué demonios me pasa?

Los ojos aún le escocían por haber llegado tan de madrugada, pero sabía que no quería seguir durmiendo. No estaba como para volver a soñar algo tan hermoso y de repente darse cuenta que su vida, la de verdad, era esa, la que estaba experimentando con toda la crudeza posible en aquellos momentos. Pero aquel ser, aquella voz penetrante, aquellas llamas enormes que no le daban miedo. No, de madera no pudo ser, si le agradaba tanto aquel fuego inmenso en sus sueños, ¿o sí?

El agua, el maldito recibo del agua se vencía ese mismo día y tenía que correr si no quería encontrar la agencia cerrada. No quiso bañarse, sabía que el agua no le caería bien con aquella sensación de modorra que tenía por el sueño acumulado durante la semana. Se puso el pantalón y salió con la misma ropa con la que había llegado, sabiendo que solo tenía una hora para poder llegar a la agencia e intentar pagar el agua, que le cortarían si no pagaba aquel recibo. Con todo, no corrió hacia la parada del autobús, más bien caminó despacio, meditando sobre su sueño, que aún no lograba superar.

Se subió al autobús, que llegaba precisamente en el momento en el que ella terminaba su repaso por aquel sueño. Se sentó con tranquilidad y se percató que no había más que dos personas más. Apoyó su cabeza en la ventanilla y casi de inmediato, se durmió.

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"Cuando el tiempo comenzaba su camino", había comenzado el anciano, "y nosotros aún éramos ideas, las cuatro piedras, en los cuatro extremos de la nada, decidieron que había que crear, crear algo que constatara que la palabra era real, poderosa y eterna y que ellas mismas, las piedras, eran testimonio de que antes que la idea, nada, absolutamente nada, ni ellas mismas, podían haber existido. Fue así como los fondos, los lugares más oscuros y cavernosos, fueron los primeros en existir, pues no se puede construir algo sin tener primero una base sólida. Es así como nuestro mundo fue creado y es por ello que es la parte más importante, pues sin la fundación, las construcciones posteriores no pueden llevarse a cabo.

"Las capas superiores, en donde los seres que primero tienen un cuerpo y después tienen una noción de su identidad, fueron creadas sobre nuestro mundo, para que, al llegar el momento de que las vidas de estos seres llegue a su fin, puedan entrar, ya sin el estorbo de esa masa de carne que los recubre, en un mundo oscuro, justo y perfecto: el nuestro. Allá, en las capas superiores, estos seres se purifican, pasando por una serie de pruebas, caídas y sin sabores, que les hacen apreciar algo que ellos suelen llamar felicidad. Al cabo de una cierta cantidad de tiempo, en extremo corta, ellos logran entender la razón de su alma, exactamente en el instante en que su momento de venir aquí les llega. Es a lo que estos pobres seres le llaman vida. Una carrera extraña, que tiene lejanos dejes de algo que ellos mismos llaman felicidad y que les permite soportar todas las demás privaciones que sufren.

"Pero claro, antes que ellos, nosotros fuimos creados, nosotros que fuimos concebidos por las piedras eternas para ser los guardianes, los protectores, los gobernantes de todo aquello que viene de arriba y que ha de terminar sus días aquí, en las primeras tierras.

"Todos nosotros tenemos roles importantes, todos nosotros somos necesarios para que toda la creación siga su curso normal. Algunos somos sabios, a los que todos los demás, incluso los grandes gobernantes, acuden por consejo; algunos son guardianes de las puertas, que se aseguran que ningún ser que continúe teniendo vida pueda pasar a estas tierras; algunos son guías, que le dicen a toda aquella nueva presencia el lugar que le corresponde, algunos a pagar algo que quedó pendiente, otros a crearse una existencia nueva en este vasto y eterno paraje; otros son gobernantes, reyes de sendas extensiones, que se encargan de mantener el orden; y está ÉL, el gran rey, todo poder y sabiduría, que hace que todo esto se mantenga vivo, unido, respirando, a través de cada uno de nosotros. No hay orgullo más grande que llevar a cabo nuestras tareas, no hay premio más grande a nuestra existencia que poder caminar con libertad por cada rincón de nuestras oscuras tierras; no existe mayor honor que el poder estar frente a los gobernantes; no existe dicha tan inconmensurable como poder ver el rostro del gran rey.

"Así pues, siéntanse gozosos de pertenecer a la casta natural de este mundo, exhiban con orgullo su nacimiento, nunca vean de menos a los que vienen por primera vez y no han sido nacidos aquí, pero no permitan la sublevación o el engaño. Y sobre todo, tengan presente, nuestras funciones están bien definidas, nuestra posición está por demás marcada, no pretendan ser lo que no son, no hagan que su casta se deshonre."

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Despertó, por segunda vez en el día, sobresaltada y segura de haberse pasado del lugar en el que tendría que haberse bajado, aquel sueño, prácticamente una continuación del anterior, no pudo haber durado poco,... cuatro orgasmos no son cosa de pocos minutos. Y sonrió por su pensamiento tan fuera de lugar.

- Vamos apenas un par de kilómetros más adelante - le dijo una voz y fue entonces que reparó en que alguien se había sentado junto a ella mientras dormía - Falta bastante para llegar a las oficinas que anda buscando, continuó mientras le sonreía.

- ¿Cómo sabe usted a dónde me dirijo? - su voz estaba serena, pero el anciano la miró con cierta ternura, y aún sonriendo.

- Porque lleva el recibo que debe pagar en las manos - y le señaló con su arrugadísima mano el papel que sostenía entre sus manos. - Tranquila - le dijo - a mi edad, seguro que no podría hacerle ni siquiera una mala mirada.

- Perdone - le dijo mientras le sonreía - es que ha sido una noche pesada y un sueño verdaderamente fuera de cualquier lógica. Vivía yo algo así como en una caverna inmensa y un rey me había convencido para que me acostase con él... - dejó de hablar de repente. Lo que estaba contando estaba fuera de lugar, sobre todo porque era un total extraño.

- ¡Ah, el mundo de los sueños! - otra sonrisa cómplice se asomó al plisado rostro del anciano - ¿No debería ponerle más atención a lo que le está diciendo ese dios esquivo?

- Solo son sueños de loca.

Alicia sintió que la conversación estaba tomando una importancia que ella no quería darle, sintió que además, le estaba contando demasiado al anciano, que no tenía por qué tenerle tanta confianza, pero lo cierto es que se la tenía y pese que quiso quedarse callada, siguió hablando.

- Fue un sueño raro, además, fue como una película que uno deja a medias y luego continúa. Primero el rey me besa y despierto, la verdad es que me desperté asustada, pero también molesta, quería que el sueño no se terminara, quería que siguiera y saber lo que pasaba después. Pero resulta que salgo corriendo para pagar el recibo y me vuelvo a dormir y el sueño sigue, y me veo con el rey, bueno, no me veo, me siento con el rey y le veo la cara, que parece que no tiene piel, pero lo veo hermoso, enorme, dándome toda la satisfacción que no he tenido en todo el tiempo que llevo de vida, me hace sentir que de verdad estoy viva, no solo por el sexo, que eso se lo da cualquiera, sino porque se preocupa por lo que siento, por lo que me gusta, si una puede decir esas cosas por como la tratan los hombres en el momento en que están ahí, haciéndolo.

Se calló, la sonrisa del viejo le hizo sentir incómoda, como si estuviese desnuda enfrente de aquel hombre que ni siquiera conocía.

- Es lo que le digo - le dijo el viejo sonriendo - debería de prestarle atención a lo que sueña, a lo mejor le está diciendo algo y no se da cuenta.

- Ya me bajo - dijo mientras se ponía de pie - ya llegué.

- Cuídese y procure no olvidar lo que le digo de los sueños.

Se bajó del autobús casi sin darse cuenta, sumida en toda clase de pensamientos. Recordando el sueño, su placer, su rey, su casa y su extraña sensación de que el viejo decía la verdad. Tenía que prestarle más atención a lo que soñaba, ni siquiera su vida le parecía tan real como los sueños que había tenido en las últimas horas. Eso no era normal, eso no era la tranquilidad caótica que ya tenía en su vida como prostituta.

Se detuvo al llegar a la esquina, tenía que esperar a que el semáforo se pusiera en rojo, una espera comprensible. Sintió como si la estuvieran vigilando. No podía ser el viejo, él se había quedado en el autobús. No, se estaba poniendo paranoica, tal vez por los sueños tan vívidos de las últimas horas. Cómo podría alguien querer andar tras alguien de tan poca importancia, si ella lo único que hacía era venderse y comprarse de nuevo, al más caro de todos los precios, pero comprarse, día tras día.

El semáforo se puso en rojo y ella cruzó la calle, sintiéndose mal, tan mal como se había sentido la primera vez que se fue con alguien por dinero. Su padre, bueno su padrastro, que había sido su única figura familiar, pues su madre había muerto al nacer ella, había esperado que creciera, con la esperanza de verla convertida en una mujer hermosa. Ella no lo decepcionó, al llegar a los catorce, ya era una señorita hermosa y bonita y él sabía que, al fin, el mantenerla durante todos aquellos años le iba a retribuir. El hijo de un coronel fue el elegido, por tener tanta inexperiencia como ella, él iba a convertirse en un hombre y ella se convertiría en su negocio redondo, a partir de aquel momento. El muchacho tenía catorce también y era ya todo un bruto, hacía todo lo que su padre le había dicho en cuanto al trato con las mujeres, así que comenzó por empujarla a la cama y decirle que se quitara la ropa y al notar la duda de Alicia, le soltó la primera de las bofetadas de aquel encuentro, que terminaría con los dos niños perdiendo su virginidad y con ella perdiendo todo rastro de felicidad.

Llegó al otro lado de la calle, sintiéndose aún una niña de trece años que ha sido vendida. Entró al edificio, faltando apenas diez minutos para que cerraran la oficina del gobierno en donde tenía que pagar el recibo, así que su carrera evitó que viese al viejo, al otro lado de la acera, acariciando a un perro pulgoso y sucio que se notaba, a todas luces, que tenía muchos más años de los que un perro podía aguantar.

- Es ella pek, tiene que ser ella - dijo el anciano, mientras le acariciaba las orejas.

- Más vale - dijo el perro, con un gutural tono de voz - si no lo es, estamos todos muertos.

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