miércoles, 27 de enero de 2016

Hacking. Capítulo 12

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HACKING

Alberto Chavez
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12 CAPÍTULO XII

Leopoldo sostenía su libro en una mano, y un cuchillo enorme en la otra. Estaba totalmente dispuesto a matar a Iandro y estaba convencido de la inveitabilidad de todo aquello. Jamás creyó que todo el conocimiento repetido y memorizado durante tantos años le iba a revelar una cruda realidad: aquel libro no era ficción, como hubiese creído alguna vez, aquel libro era un libro sobre la realidad… sobre la vida, sobre Iandro.
Iandro lo miraba aterrado, asombrado, sin comprender la totalidad de todo aquello. El día anterior había comenzado de la forma más normal imaginable y había terminado de la forma más inesperada. Él que nunca pensó, ni lejanamente, en conocer la zona sur, en esconderse de las autoridades, con quienes jamás había tenido un problema, él que no hacía más que intentar descubrir los secretos de un tipo de tecnología… ¿o era una ciencia?, que había estado cubierta por un velo desde hacía décadas, él que solo quería descubrir la posibilidad de dar vida a lo inanimado, él que no pretendía riquezas ni fama, solamente la posibilidad de saber, de conocer, de presenciar.
  • Lo siento - dijo Leopoldo - pero esto es algo que hay que hacer.
  • Pero…
  • Parece que no te das cuenta de la situación - le dijo Leopoldo, alzando el libro.
Al principio Iandro no parecía comprender lo que Leopoldo trataba de decirle, así que se limitó a echar una ojeada cansada al aparato que sostenía en sus manos.
Leopoldo bajó el cuchillo por un momento, él también parecía estar comenzando a comprender lo que sucedía.
  • ¿Todavía no te has dado cuenta? - preguntó Leopoldo.
  • No tengo idea de lo que estás hablando, pero sí que tengo una pregunta: ¿Me vas a matar? - dijo Iandro con un nudo en la garganta.
  • Te pido una lectura conscienzuda de esto - dijo de nuevo Leopoldo, alzando la página del libro.
  • ¿De dónde has sacado algo tan anticuado que ya ni siquiera figura en los archivos digitales?
Aquella pregunta pareció sorprender a Leopoldo, pues pese a todo el miedo reflejado en el rostro de Iandro, mantenía intacta su curiosidad.
  • Eso no importa - le dijo, aunque su voz no sonaba presa del hastío en lo absoluto - por favor, las dos páginas.
Iandro comenzó por leer, al principio con agotamiento, luego con extrema curiosidad y finalmente, lleno de pavor.
  • Pero es que… no lo entiendo… no puede ser.
Iandro tomó el libro y comenzó a leer página tras página. Con inseguridad al principio, con fruición después. Todo aquello le parecía más bien una pesadilla, algo que no parecía estar dentro del rango de posibilidades de una vida. Se sentía cansado, tanto del cuerpo como de su mente. Leyó casi veinte páginas en menos de diez minutos. Ávido de respuestas, temeroso de la realidad que se rebelava ante él.
Levantó la mirada, observó con extrañeza a Leopoldo, como dándose cuenta de una verdad que simplemente no había querido aceptar nunca.
  • ¿Me vas a matar?
Leopoldo lo miró por larguísimos segundos, sopesando aquella mirada lánguida y angustiada. Ese día, cuando se levantó como siempre a las cinco treinta de la mañana, jamás pensó que estaría en la situación más complicada que pudiese enfrentar cualquiera, justo en la tarde ese día. Recordó todas las veces en las que, de pequeño, se enfrentó al hambre, mientras su madre se sumía en todas las drogas conocidas, incluyendo, por supuesto, las microexistencias. Recordó todas las veces en que tuvo que suplicar por un plato de comida, mientras intentaba no morir. Todas las pruebas que había sufrido durante todos aquellos años, parecían palidecer ante aquella cruda realidad. Iandro, él, le había hecho retroceder en el tiempo y darse cuenta de que todo, absolutamente todo lo que había dado por sentado y normal, podría bien ser una enorme mentira. Sintió rabia, impotencia, frustración. Se preguntó desde cuándo era que todo aquello había estado pasando, se preguntó cómo es que todo aquello había pasado, desde cuándo era que todos había estado tan ciegos. Y se dio cuenta de que, tal como a Iandro, pese a toda la confusión y el miedo, su mente curiosa no dejaba de estar presente. Así que, pese a todo, se obligó a razonar con tranquilidad… al fin y al cabo, parecía que eso era lo que tenía que hacer.
  • Tal vez - dijo por fin - tal vez sea necesario que te mate, pero primero, me vas a decir cómo es que viniste a este mundo.

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