De repente parece que las cosas no son precisamente tan fáciles como lo pintan en las telenovelas que se pasan de a dos por tres en cualquier canal de estos de la televisión.
Mirando en retrospectiva, una relación... cualquier relación de tipo amoroso/sentimental, no es más que la suma de debilidades, la multiplicación de las miserias humanas individuales y la triste división de caracteres, los propios, que van ocurriendo con el pretexto sordo de "llevar la fiesta en paz"
La vida suele ser por demás experta en darse a la tarea de recordarnos que, como especie, estamos hechos mucho más para la soledad melancólica que para la compañía combativa que viene a significar la vida en pareja, la mayoría de las veces. Luego de pasado un tiempo, se llega al estado plácido en que la cuestión sexual es, en verdad un gozo y no una imposición socio-cronológica que debe llevarse a cabo porque de lo contrario se es un paria. Pero el problema es que, fuera de la necesidad de penetración o de ser penetrado, la vida en compañía se encuentra plagada de trampas que no hacen más que proporcionar, con el tiempo, una especie de placer masoquista que siempre viene acompañado por la vana recompensa, por el placebo de estar haciendo las cosas bien, aunque en realidad, la vida se vaya sublimando impercetible.
Un recuerdo, un orgasmo profundo, alguna calle solitaria que guarda el olor de su saliva,... todo va pasando a la estantería de los recuerdos, ya no del presente vibrante, ya no de la felicidad momentánea y siempre efímera.
"Por favor, dibújame un cordero", es lo que todos creemos escuchar cuando las relaciones comienzan, pero siempre es doloroso y repetitivo el dejarnos morder por la serpiente que es capaz de enviarnos de regreso a nuestro solitario asteroide.
Todos los polvosos rincones de la memoria se van tornando grises conforme pasan los años, se van acumulando con fruición, como si en realidad dichos recuerdos fuesen capaces de regresarnos los bríos del presente que se van perdiendo conforme pasan las hojas del calendario.
Y mientras pasan las noticias, cada vez más llenas de sangre, nuestro bolsillo se va llenando de las miserables monedas de la condescendencia, esa mala consejera que suele prevenirte del cambio, esa que te dice que, pese a todo, todo está bien y que el vaso está medio lleno. Falso. Hay que llevarse el vaso sin importar el contenido o su cantidad.
Nos vamos conformando con las limosnas de nuestra propia conformidad y mientras más pasan los años, mayores son los engaños, mas las limosnas siguen siendo exactamente las mismas. Cambian los tiempos, no las consignas. ¿Llegará el momento en el que despertemos del letargo y dejemos de engañarnos?
Así pues, de momento, a los monos se les atrapa dándoles algo más grande que el agujero a través del cual han sacado su mano, ya que no quieren soltarlo, no se animan, no se atreven a perder lo que mezquinamente han ganado, y lo cierto es que, a estas alturas, abrir la mano resulta realmente difícil.
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