lunes, 27 de febrero de 2012

Elogio a la estupidez

Que un expresidente salga en un programa de radio, ensalzando sus aptitudes y actitudes de líder, comparándose con John Fitzgerald Kennedy o con Winston Churchill, entre otros personajes es, en si mismo, un acto de soberbia exagerada y muestra de una autoestima llena de vacíos de lógica o de sentido común. No porque los personajes mencionados sean precisamente un modelo a seguir, aunque bien podría ser el caso para más de alguno, sino porque algunos de los personajes alcanzaron una fama enorme por haber decidido sobre el curso del mundo.

El susodicho personaje (el nacional, quiero decir) difícilmente es recordado, ni siquiera en malos términos, sobre todo porque su labor trascendente, consistió, sobre todo, en dejarse llevar por la inercia de un intrincado sistema construido por sus antecesores, y continuado por todos los que siguieron, incluyendo, claro está, nuestro actual gobernante, que a todas luces, ha sido un digno continuador de una triste y monótona repetición de políticas que buscan acabar en segundos, algo que ha tardado décadas en ser destruido o arruinado a fuego lento.

No nos podemos sentar a pedirle al caballero que explique sus bases para compararse con personas (algunas) que lograron decidir el paso que el mundo entero debía marcar, pero creo que sería justo pedir cuentas en cuanto a la forma en la que él (junto con todos los sucesores y antecesores) lograron cambiar el rumbo, al menos, de mi pequeño y reducido mundo.

Tanto es este asunto de la inercia, que si en tiempos de nuestro hidalgo en cuestión se dieron un par de "planes" anti delincuencia, en este nuevo período se está pensando en algo similar, si no es que peor. Se repiten los planes chapuceros, que buscan apagar el fuego en lugar de prever el incendio. Nada de educación de verdad para los jóvenes más pobres, que al final de cuentas son los que llegarán a formar parte de esta delincuencia, si no que la forma de reprimir las acciones, creyendo una vez más aquello de que muerto el chucho se acaba la rabia.

Así pues, la pregunta está planteada y queda solamente la urgente, imperiosa y estúpida necesidad de una respuesta que nunca llegará.

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