lunes, 19 de octubre de 2015

Hacking. Novelititita de ciencia ficción

Tal y como lo dije hace ratitos, pretendo revivir un poco este blog y para ello me he propuesto escribir, por entregas, una novelita, cortiiiiita, de ciencia ficción, que lleva por nombre Hacking.

Este lo publico hoy lunes, simplemente porque he tenido el tiempo de terminar el capítulo, pero espero estarla publicando todos los miércoles, a menos que algún imprevisto me lo impida.

Así pues, este es el primer capítulo, espero les guste:

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                HACKING

                 Alberto Chavez
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1 CAPÍTULO I
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  Yo sabía que tarde o temprano aquello iba a suceder. Había entrado en
  la compañía casi que por un golpe de suerte, y había logrado escalar
  posiciones con cierta facilidad, simplemente porque era inteligente,
  pero no era invulnerable, así que al verme en ese momento frente al
  predicamento de sus temores, la verdad me resultó, de cierta forma, un
  alivio. Al fin, el día que temía había llegado: se habían dado cuenta
  de que había hackeado y creado una cuenta de administrador y había
  estado con los archivos del prototipo de inteligencia artificial que
  los tan afamados expertos decían que habían estado desarrollando por
  décadas para la compañía.

  Aquello, claro está, era una chapuza, algunos avances en lógica
  difusa, que no eran más que plagios de otros que habían trabajado
  antes en el asunto, un puñado de librerías que habían sacado de
  Internet, que yo conocía a la perfección, porque habían sido mi punto
  de partida, cuando yo no era más que un adolescente creciendo en
  conocimiento en aquel campo. La verdad es que hackear la seguridad de
  la compañía no me llevó precisamente mucho tiempo. Era pésima
  seguridad. Una burla, si es que se trabajaba ahí dentro. Pero es que
  en serio, ni siquiera encriptaban las contraseñas. ¡NI SIQUIERA LAS
  ENCRIPTABAN!

  La cuestión de la inteligencia artificial aplicada siempre me había
  llamado la atención, sobre todo por la enorme posibilidad de darle
  vida a todas las historias que había escuchado del único que había
  podido reproducir las bases de la inteligencia humana, el doctor
  Rolando Gómez, que nunca dio a conocer su trabajo, es decir, la
  teoría, pero que hizo muchas demostraciones prácticas que nos dejaron
  con la boca abierta. Si bien yo nunca conocí al doctor Gómez, pues
  murió en el año 2035, 20 años antes de mi nacimiento, y no dejó más
  que ciertos apuntes que llevaron a la construcción de los primeros
  robots multitarea, que finalmente llevaron a la compañía a ser la
  dueña del monopolio mundial de distribución de robots.

  Como era de esperar, los nuevos modelos podían llevar a cabo más
  tareas y eran vendidos tanto para el hogar, como para labores
  industriales especializadas, sin embargo, ninguno de ellos tenía
  inteligencia artificial real. Simplemente la simulaban dándole cada
  vez más capacidad de almacenaje a los dispositivos de almacenamiento
  de los robots y guardando en sus bases de datos tantas tareas,
  hogareñas o industriales, como les fueran posibles, para que diera la
  apariencia de que los robots realmente aprendían algo nuevo... pero no
  era así, los robots no aprendían, solo tenían el conocimiento ya
  preinstalado.

  Pero a ver, permítanme explicarles qué era lo que en aquel momento se
  entendía como inteligencia artificial:

  El cerebro humano tiene la capacidad no solo de almacenar información,
  sino de aplicarla en varios campos, es decir, lo que se aprende en
  matemáticas se puede aplicar en ciencias o en la vida real, lo que se
  aprende en lógica se puede aplicar prácticamente en todos los campos
  de la vida, etcétera. Un robot no podía más que aplicar los
  conocimientos programados en las tareas específicas para las que se
  había programado. La moral, claro está no tenía mucho que ver con la
  parte de la inteligencia per sei, ya que es una cuestión totalmente
  relativa al tiempo y al lugar, así que la cuestión de la moral no
  puede ser programada a través de las mismas funciones que la
  inteligencia artificial. En otras palabras, se puede ser inteligente,
  pero no necesariamente correcto para el entorno en el que dicha
  inteligencia se desenvuelve. Así que, una de las principales funciones
  a ser creadas, era precisamente la capacidad de juicio sobre lo que
  era bueno y lo que era malo. Una leyenda en el campo, contaba que
  hacía muchísimo tiempo, un genio había creado una serie de reglas
  básicas para que la inteligencia artificial pudiese ser implementada
  y que dichas reglas eran claras en cuanto a su redacción. Claro está,
  la implementación de dichas reglas era, en definitiva, el problema,
  pues implicaba que el programador tenía el conocimiento suficiente
  como para crear las funciones necesarias para que dichas reglas se
  tradujeran en el comportamiento necesario. Ahí estribaba el primero de
  los problemas que se debía superar para poder crear la verdadera
  inteligencia artificial.

  El segundo problema, claro, consistía en la capacidad de aprendizaje, es
  decir, la facilidad de una máquina para poder aprender, pero sobre
  todo, la capacidad de juicio entre lo que sirve o es provechoso y lo
  que no, ya que el aprendizaje en sí, no es más que el almacenamiento
  en memoria, pero la capacidad de juicio es lo que impide, en teoría,
  que una máquina aprenda algo totalmente inútil, o juzgue lo que
  realmente es de uso o no.

  Y finalmente, el tercer problema, como ya lo mencioné anteriormente,
  es la capacidad del robot, una vez emitido el juicio de lo que
  conviene y lo que no conviene aprender, es la aplicación en la
  existencia del robot, de lo que acaba de aprender.

  Así pues, esos eran los tres problemas, irresolutos, que tenían los
  "grandes expertos" en robótica que la compañía había contratado.

  Me di cuenta en cuanto logré entrar en los directorios personales de
  cada uno de ellos - seis directorios en total, pues cada uno trabajaba
  en dos problemas al mismo tiempo -, pues era evidente que todos
  estaban atorados en la implementación de cada uno de las soluciones a
  los problemas. Pues todos los documentos llegaban hasta los últimos
  intentos, fallidos todos.

  Así pues, luego de revisar los seis documentos, me decidí a comenzar
  mi trabajo. Lo hacía en mi casa, claro está, pues me mantenían ocupado
  con la creación de aplicaciones más de tipo administrativo
  (aburriiiiiido por todo lo demás) que la compañía me ponía a crear,
  me desvelaba sin problemas y sin pausas, porque tenía el objetivo fijo: yo  
  tenía que ser el que descrubriese la forma de implementar la solución a 
  los tres problemas básicos de la inteligencia artificial. Y fue así, como al
  cabo de ocho meses, efectivamente, LO CONSEGUÍ

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