sábado, 27 de agosto de 2011

Una familia cualquiera

- Hay alguna palabra para definir la transición de un estado a otro de cualquier cosa? - preguntó ella mientras ponía la maltrecha ollita del café sobre el fuego.

Él observaba la televisión con displicencia, tal vez obligándose a no pensar demasiado en la realidad. Estaba acostado y recién se quitaba los zapatos. Observó con dolor que el agujero del zapato izquierdo había crecido como un hijo en la etapa del primer estirón, aunque para él no era en lo absoluto un motivo de orgullo o de felicidad. Puso el zapato casi con amor sobre la cajita en la que guardaba los zapatos de turno: estos ya llevaban 5 años llevándolo con esfuerzo de un lado a otro. Con resignación, reparó en el trabajo que le daba agacharse para poner los zapatos en la cajita y pensó que, como ya sabía, el calendario es un cabrón que no perdona.

- Se llama cambio - le dijo, mientras se daba cuenta de que la palabra le aterraba y le congelaba hasta los huesos.

La pregunta, claro está, había sido retórica, y la verdad, no esperaba que él le contestara. Sacó el trozo de pan que quedaba en la vieja panera, le quitó los hongos que habían comenzado a nacer en la parte de abajo y lo partió en dos mientras observaba casi con ternura las pequeña grietas que tenía el plato en donde había colocado el pan.

Un balazo sonó en la complicidad de la noche y ella siguió echándole el azúcar a la taza con el café, que finalmente había hervido.

- Parece que mañana va a correr la noticia de otro muerto - dijo mientras comenzaba a endulzar la segunda taza con café.

Él, en ese momento observaba una cucaracha que subía con mucha prisa por el mueble con la ropa.

- Deberíamos comprar insecticida - fue la respuesta que obtuvo ella - o los hoyos en la ropa van a ser del tamaño de mi dedo gordo.

Ella le alargó la taza con café mientras ponía el pan sobre la cama, intentó sonreírle, pero los músculos de la cara no parecieron obedecerle, regresó a la mesa para llevar su taza con el humeante café y, casualmente, logró ver la parte posterior de la cucaracha mientras se ocultaba irremisiblemente entre la ropa doblada.

Las gotas de agua comenzaron a caer sobre el techo y ella corrió para poner el balde en el lugar de la gotera, mientras él la observaba con aburrimiento, o tal vez con tristeza, o tal vez con resignación. "Maldita lluvia, justo ahora" pensó, mientras tomaba el primer sobro del café caliente, y se sorprendió pensando, con morbo y con vergüenza, en las exquisitas piernas de la secretaria de la oficina. Aquella oficina a la que no volvería más que para que le entregaran el último cheque.

Ella pareció adivinar sus pensamientos, y un rayo de resentimiento se dibujó en sus ojos. Sonrió con malignidad, casi con alegría y le dijo:

- Y con qué vamos a comprar el insecticida, si lo que me pagaron a mí ya se fue en la comida? - se arrepintió en el momento en que comenzó a decirlo, pero sabía que no tenía caso detenerse.

Él la miró con cierto odio, pero después, sabiendo que ella lo había sorprendido con el pensamiento de la secretaria, se sonrió con dolor, tomó el trozo de pan, lo mordió y volvió a nublar su mente con la televisión.

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