Es 1994, voy en un carro, son casi las 11:00 de la noche, traigo una herida en un costado, el automóvil que me lleva al hospital va olvidándose cada vez más de la prudencia y mi adusto corazón sólo puede pensar que ese día, en la mañana, aquella mujer me había dicho ya no más, el dolor no quiere ceder, pero mi cerebro repite una, otra y otra y otra vez, la canción que me ha acompañado siempre, en todo momento, en cualquier circunstancia:
La voz de Miguel Ríos y las letras de Joaquín Sabina no podían crear otra cosa que un monstruo de canción. Tanto así, como para pensar en ella en los momentos menos apropiados. Sólo espero que amás de alguno de los que lee esta locura, también le cause los mismos calosfríos que me produce esta canción. Dulces sueños.
Alberto Enrique Chávez Guatemala
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