martes, 19 de marzo de 2019

La Redención del Olvidado - Capítulo Cuarto

La Redención del Olvidado
CAPÍTULO CUARTO
Roberto despertó con cierta vergüenza, sabiendo que una vez más, se había quedado dormido en el trabajo. Le pasaba desde que tenía memoria, en cada uno de los muchos trabajos que había tenido a lo largo de su vida. Habían sido... no, no lograba recordar la cantidad de trabajos que había tenido a lo largo de sus, en fin, de todos sus años como trabajador.

Bebió un sorbo del chocolate que tenía en su taza de siempre y volvió a la pantalla de la computadora. Las cuentas seguían estando ahí, las partidas pendientes seguían pendientes y los balances seguían esperándole. Otro sorbo de chocolate. Comenzó a teclear, sabiendo que en realidad no hacía nada, simplemente golpeaba cadenciosamente las teclas para dar la sensación de que realmente trabajaba. No lograba concentrarse, la sensación de estar preso en aquel lugar le oprimía el pecho. No estaba en el lugar que debería. Él lo sabía, lo sentía, dentro de su cabeza, de alguna forma, guardaba recuerdos que no podía terminar de traer.

- Que serio - dijo una voz femenina a sus espaldas.
- Hola María, me asustaste.
- ¿Tan fea estoy? - preguntó María, siendo zalamera.
- Jamás diría eso - le dijo Roberto sonriendo, sabiendo que María siempre había querido ser algo más que una simple compañera de trabajo.
- ¿Vamos a comer hoy?
- No lo sé, María, lo cierto es que no tengo mucha hambre, además no sé si voy a tener el tiempo, porque tengo que pagar un par de recibos.
- Hummmmm - le dijo ella haciendo pucheros - Nunca hay tiempo para mí...
- No es eso, María, es que de verdad tengo que pagar los recibos, que si no me cortan la energía.
- Mejor, una casa romántica, hasta podrías invitarme.
- Sea pues, te llevo a mi casa hoy a la salida.

La sonrisa de María decía que el trato era mucho mejor que ir a almorzar, así que se dio la vuelta para evitar que Roberto se diera cuenta de su felicidad y no pudo más que decirle un:

- A las cinco entonces paso por aquí.

Lo cierto es que Roberto le resultaba atractivo a prácticamente todas las mujeres de aquella oficina, aunque él no se percatase, sobre todo porque era María la única que se animaba, tal vez por ser la que más deseo sentía por él. Por alguna razón, aquella visita de María le había hecho reflexionar sobre su vida y lo que hacía en aquel lugar. Trató de darle otro trago al chocolate, pero se dio cuenta de que se había acabado. Vio la pantalla de la computadora con cierto desgano y se recordó a si mismo que era un auxiliar de contador que había estado en aquel lugar por... no recordaba ya por cuánto tiempo. Y si bien no ambicionaba escalar posiciones, convertirse en contador general o algo por el estilo, la vida de contador le parecía realmente insulsa, sentía que no era parte de aquel mundo y que en definitiva su destino era otro.

- Soñando de nuevo, según parece.

Otra voz que sorprendió a Roberto e hizo que volviera con sobresalto.

- Tranquilo, viejito, te va a dar un infarto.
- Un día de estos de verdad me vas a matar de un susto, Tony.

Era prácticamente el único amigo que Roberto tenía y se había convertido en su amigo solo porque el mismo Tony se había presentado en su despacho y le había dicho que no debía tomar el trabajo demasiado en serio, le había invitado el almuerzo y se declaró su amigo desde ese día.

- Y entonces, ¿cuál era el sueño de hoy?, el cuerpecito de María en tu cama, me imagino.
- ¿Cuánto tiempo llevamos trabajando aquí, Tony?

La pregunta hizo que Tony le hiciera una cara de extrañeza y le sonriera, casi condescendiente.

- Demasiado tiempo, mi hermano, demasiado tiempo. Pero no me contestaste, ¿vas a cogerte a María?
- Tony, deberías dejar de ser tan imprudente.
- Eso es un sí. Deberías tomar fotos, porque con la María queremos casi todos los de la oficina.
- Habrá registro en tu memoria de lo que significa prudencia.
- Ah, la Mariíta, como quisiera llevármela a la casa. Bueno viejito, nos vemos al rato.

Roberto sonrió. Tony tenía la propiedad de ablandar las durezas de cualquier día, aunque fuese a costa de comentarios por demás irreverentes. Volvió a la computadora, pero ahora abrió su navegador de Internet y comenzó a ver vídeos, de forma despreocupada. Sin embargo se dio cuenta que aquello tampoco lo sacaba de sus cavilaciones. Escuchó un anuncio de detergente por la radio y recordó que había dejado la ropa tendida en el patio. La posibilidad de una lluvia torrencial le hizo torcer la cara. Lavar la ropa de nuevo no era precisamente algo que le llamara mucho la atención.

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María va saliendo de su casa. Son las ocho de la noche y su enorme sonrisa la delata. Ha pasado haciendo el amor desde las seis de la tarde y pese a que no le dio tiempo de aceptar la invitación de Roberto a cenar, ha disfrutado como nunca con el cuerpo de aquel hombre fuerte, de una pasión realmente inesperada. No recuerda haber disfrutado tanto del sexo desde... No. Nunca había disfrutado tanto del sexo, ni siquiera recién casada, cuando hacían el amor con su esposo casi a diario.

Roberto era realmente excepcional, de una energía que no lograba sospechar. Afortunadamente, el esposo de María seguro no estaba en casa. Casi podía escuchar la típica excusa de una reunión de última hora, aunque ella supiera que en realidad se habría estado revolcando con su secretaria en cualquier motel. No le importaba. Ella también tenía sus aventuras de vez en cuando, como ahora con Roberto. Pero la verdad era que Roberto era algo distinto: Roberto le gustaba, desde que lo había conocido y ahora, la verdad, no lograba dejar de pensar en él. Aún sentía el sabor de su sexo, sus manos fuertes recorriéndola con soltura, su cuerpo bien construido, sin desperdicios, aquel movimiento que la dejó sin conocimiento por unos segundos, aquel miembro enorme colmándola en cada rincón. En definitiva, Roberto era algo diferente.

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Roberto está viendo a través de la ventana. Aquella lluvia que temía le mojase la ropa, ahora ha empezado a caer sin mayores anticipos. La ropa se ha mojado de todos modos. Está desnudo, observando la lluvia caer. Medita brevemente sobre María. Se ha sentido bien con ella, sobre todo porque a María parece haberle gustado mucho todo el placer que ha recibido de él. Pero se pierde en la lluvia. Sus pensamientos vuelan. Se sorprende haciendo memoria del muchacho que encontró en la casa abandonada. Recordando lo que pudo ver en sus ojos. La diafanidad de los pensamientos y los recuerdos de aquel muchacho tan confundido; la tristeza de aquella existencia tan resignada a la vacuidad, a la inersia de seguir respirando y de seguir a los demás, simplemente por carecer de una guía propia. Pobre muchacho, lo que pasó, al final de cuentas, era lo mejor. Graciosamente, no estaba justificando la cadena de eventos, simplemente los repasaba y estaba plenamente convencido de que lo mejor había sido el desenlace que había sucedido... pero ¿cuál era en realidad ese desenlace? Roberto en realidad no lo graba recordarlo.

La lluvia realmente le gustaba. Parecía un niño que veía por primera vez la lluvia. Lo parecía cada vez. No podía evitarlo. Agua, cayendo del cielo, un cielo abierto, cubierto solo por nubes poderosas, cargadas de aquel líquido maravilloso. Era algo tan fuera de lo común, sin importar que fuese algo que había visto toda la vida.

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María se acerca a su casa, se siente liviana, liberada de todos los problemas que ha tenido con su esposo, llena de la energía que le ha dado estar con Roberto, sabedora de un próximo encuentro, segura de tenerlo atrapado, pues no solo ella pudo haber gozado tanto, eso es seguro. Claro, él también tuvo que haber sentido aquella conexión, es imposible que no la sientiera. Claro que no.

- Mañana - se dice con decisión - lo quiero mañana, otra vez.

Y mientras camina, decidida y segura de que él no le dirá que no. Una sensación de alivio recorre su cuerpo. Una sensación de placidez, como si de nuevo acabase de estar con Roberto. La seguridad de la anticipación.

- Mañana - piensa - incluso va a estar mejor.

Y es en ese momento en que la flecha atraviesa el corazón de María, sin aviso. No la deja sufrir mucho, ella cae, aún sonriendo, segura de que habrá un mañana, de que habrá un momento liberador, sin darse cuenta que ha pasado, en ese instante, por el gran momento liberador de todo.